06-05-2024 12:14:34 AM

El crisol de la degradación

Por Valentín Varillas

 

El juicio contra Genaro García Luna en Nueva York es una radiografía certera, pero a la vez muy cruda, de la realidad que ha prevalecido en México por más de cinco décadas.

El resultado es aterrador.

Cada declaración de cada uno de los testigos llamados al estrado, cada argumento de la Fiscalía que utiliza para incriminar al ex funcionario del gobierno de Calderón y hasta la propia estrategia que han llevado a cabo sus abogados para defenderlo, nos muestra con toda claridad lo que significa vivir y haber vivido por años, en un país entregado a la delincuencia.

Con sus instituciones principales infiltradas hasta la médula por estos poderes de facto.

El debate público está tan sesgado y centrado en las filias y fobias políticas, que no hemos podido, o tal vez no hemos querido dimensionar realmente lo que esto significa.

García Luna es el actual payaso de las cachetadas.

El eslabón designado para sacrificarse en aras de que funcione este gran teatro de sombras que pretende vendernos que de un lado y del otro de la frontera se combate de frente esta realidad.

En los hechos, se trata simplemente de otro distractor más que desvía nuestra atención de lo que realmente sucede.

De cuando en cuando, hay que entregar cabezas de “vacas sagradas” que le den veracidad a semejante farsa.

Siempre los inmolan cuando dejan de ser fundamentales en la operación de este monumental y millonario negocio.

Jamás, si son de verdad importantes, los llaman a cuentas cuando están en el cargo.

También indigna el nivel de involucramiento del juzgador.

Su doble moral.

Esta justicia gringa, siempre convenenciera, siempre selectiva, que se pone como ejemplo mundial de honestidad e imparcialidad, pero que está metida de cuerpo entero en esta asquerosa trama de complicidades.

Señalan con dedo flamígero la introducción de la droga mexicana a su país, pero jamás combaten el tránsito interno.

El siempre eficiente proceso de distribución hasta el punto de venta.

Todo tipo de sustancias ilícitas se ofrecen con absoluta facilidad en las comunidades más alejadas de las principales zonas urbanas de la Unión Americana.

¿Cómo le hacen?    

Son como el Bimbo o la Coca Cola mexicanos.

Se encuentran disponibles en la tiendita de la esquina más remota y de más complicado acceso del territorio nacional.

La pinza se cierra con el descarado tráfico de armas a México.

Una actividad tolerada y fomentada por las propias autoridades del vecino país.

El famoso “Rápido y Furioso” es juego de niños comparado con lo que realmente sucede.

Otro ridículo teatro que hubo que montar, cuando el tema se filtró en los medios.

Basta con ver el tipo de armamento que utilizan los integrantes del crimen organizado para enfrentar a los cárteles rivales o bien a las fuerzas del orden, para darse cuenta de que el millonario negocio goza de cabal salud.

Ahí están, como prueba contundente, los videos que se “viralizan” en las redes sociales.

¿Conclusión?- nada cambia.

Hay intereses que van más allá del signo político de quien gobierne en ambos lados de la frontera.

Estamos podridos: aquí y allá.

El problema es que, más allá de caer en estos efectivos distractores, hemos perdido también la capacidad de indignación.

Vivimos anestesiados, sin darnos cuenta del enorme saldo social que hemos tenido que pagar, desde el momento mismo en el que, políticos mexicanos, organizaciones criminales y autoridades estadounidenses, desarrollaron un perverso modelo de negocio que  beneficia a todos, menos a sus ciudadanos.

Aquellos que en teoría, deberían de cuidar y proteger como primerísima prioridad.

Aquí, como dicen los gringos: “Money Talks”- y nada más importa.

Qué asco, de verdad.

 

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