Por Valentín Varillas
No hay duda, el presidente se ha manejado en lo personal de manera muy errática durante la pandemia.
Los dos contagios que ha sufrido son producto de minimizar o de plano no seguir las recomendaciones básicas de prevención, avaladas por las más reconocidas instancias en materia de salud pública en el mundo.
Desde el inicio, a contrapelo del resto de todos, absolutamente todos los mandatarios del planeta, se negó a predicar con el ejemplo.
Y tristemente, se sigue negando a ello.
En el decir y en el hacer, ha contradicho las campañas de salud pública que su propio gobierno paga y publicita en prácticamente todos los medios de comunicación y a través de las cuentas oficiales que las replican en redes sociales.
Se basan en el uso del cubrebocas y gel antibacterial, la sana distancia y el aislamiento en caso de presentar síntomas sospechosos de la enfermedad o bien el haber tenido algún tipo de convivencia con alguien contagiado.
López Obrador ha hecho todo lo contrario.
Inclusive, ha politizado el tema del cubrebocas a niveles demenciales.
Su rechazo a utilizarlo ha ido de la mano de la exigencia de sus opositores a que lo usara.
En eventos públicos y sobre todo, en las constantes reuniones privadas que sostiene con colaboradores, aliados y todo tipo de personalidades de la vida pública, empresarial o social de este país.
AMLO desarrolló una enfermiza y muy peligrosa dicotomía: si lo uso pierdo y mis enemigos ganan.
De esta manera, sin el menor pudor, ha puesto en riesgo de contagio a cientos de personas que a su vez, tienen la capacidad de contagiar de manera exponencial a muchas más.
Increíble, viniendo del jefe del ejecutivo federal.
Porque no se trata de cualquier persona:
Lo que dice y hace el presidente tiene una repercusión mediática permanente y por lo tanto, una potencial influencia directa en el comportamiento de cientos de millones de ciudadanos que lo siguen y que en algunos casos creen ciegamente en todo lo que dice y hace.
La cereza del pastel, el colmo de esta irresponsabilidad, fue haberse presentado en la mañanera del lunes, con síntomas claros de la enfermedad, sin cubrebocas y sobre todo, sin una prueba de por medio que hubiera definido, sin ambigüedad alguna, su estado de salud.
Y tenía un antecedente muy importante: el contagio previo de Tatiana Clouthier, titular de Economía, con la que se había reunido unos días antes.
Todo mal, pésimo para quien en teoría, debería de haber tomado las riendas del manejo de la pandemia, el liderazgo absoluto, no solo en la toma de decisiones y la determinación de políticas públicas en materia de salud o economía.
También en la prudencia y el realismo en el discurso y sobre todo, en los hechos y las acciones.
Por necedad, negligencia, ignorancia o porque simplemente no le ha interesado –ni le interesará- López Obrador no quiere asumir el reto de convertirse en el líder idóneo para enfrentar como país, los enormes retos que supone enfrentar esta pandemia.
Qué lástima por él.
Qué lástima por México.