Por Valentín Varillas
Con el desplome de la trabe que sostenía un vagón de la Línea 12 del metro de la Ciudad de México, cayeron también los bonos de los dos principales perfiles considerados para suceder a AMLO en el 2024.
Marcelo Ebrad, la carta de los “moderados” es el creador de este Frankenstein, ejemplo de la brutal corrupción que reinó mientras fue jefe de gobierno de la capital.
60% de sobrecosto, más de 11 mil fallas y medio año de suspensión en su operación, como consecuencia de errores estructurales y fallas en el proyecto, fueron apenas el comienzo.
A las empresas involucradas en la construcción se les dejó hacer y deshacer a placer, seguramente a cambio de los consabidos y millonarios moches.
Las auditorías al proyecto resultaron demoledoras, lo que explicaría el exilio físico y político en el vivió por años el hoy canciller.
Bajo el manto protector de la 4T y ya con la “vacuna moral” inoculada por el propio López Obrador, Ebrard ha sido el hombre orquesta del sexenio.
El “las puedo todas”.
Y ahí la llevaba, hasta que el pasado lo alcanzo con toda contundencia la noche del pasado lunes.
Más de 20 muertos y decenas de heridos, no empatan en el currículum de quien aspire a convertirse en presidente de este país.
Claudia Sheinbaum es el arquetipo del radicalismo lópez-obradorista.
Encaja y desempeña con pulcritud, el papel que su jefe político le ha encomendado desde hace décadas.
Su pecado en la tragedia es el de la omisión.
Desde hace años, no solo las denuncias ciudadanas, sino el resultado de auditorías internas, adelantaron los penosos hechos.
A la par, desde su llegada al cargo, el presupuesto para mantenimiento del metro capitalino ha disminuido drásticamente.
No, no hay sorpresas, tampoco fortituidad.
Es la crónica de una desgracia anunciada.
De una catástrofe completamente evitable.
Consecuencias del “austericidio” que se ensaya en todo lo que tenga que ver hoy con el servicio público.
Esta negativa obsesiva a gastar en lo que el gobierno está obligado a gastar.
En lo que es su responsabilidad y no solo en aquellos planes y proyectos que le dan un lustre político a sus acciones.
Los falsos ahorros, los subejercicios y demás chapuzas, son otra forma de corrupción.
Y estamos viendo la peor cara de sus consecuencias.
Es claro que hay responsables, que son de carne y hueso, que tienen nombre y apellido y que en teoría, tendrían que afrontar las consecuencias de sus yerros y omisiones.
En lo político y en lo legal.
Ojalá las investigaciones que se lleven a cabo se conduzcan con claridad y transparencia y no sean, como han sido en casos similares en la historia de este país, una enorme simulación.
Una gran puesta en escena escrita, dirigida y actuada, para garantizar la impunidad de los protagonistas, cuidar el costo político del actual grupo en el poder y darnos a los ciudadanos litros de atole, suministrado con el índice, o en el peor de los casos, con el dedo medio de la mano oficial.
A la par, AMLO tendrá que ir pensando en un rediseño absoluto en su proceso de sucesión en donde había hasta hace un par de días, solo 2 considerados.
Ante lo famélico de la caballada, esperemos que la tragedia de la línea 12 del Metro no aporte elementos adicionales para justificar una potencial calentura reeleccionista.
Nada más eso nos falta.