Por Alejandro Mondragón
La mesa de las negociaciones entre el candidato del PAN a la alcaldía, Eduardo Rivera Pérez, con la dirigencia del PRI, está al borde de romperse.
El abanderado azul sólo pretende otorgar una posición en su planilla de regidores al tricolor, mientras que el expartidazo reclama al menos tres.
En la última reunión, los priistas se levantaron de la mesa y advirtieron que no sumarán sus votos en candidatura común al PAN, como ya lo hizo el PRD, el cual se conformó con un lugar para el cuerpo edilicio.
El plazo establecido fenece el 3 de abril.
Y en un proceso competitivo, como el que se avecina para el 6 de junio, cualquier porcentaje de votos marca la diferencia.
El contexto tampoco favorece lo que busca Eduardo Rivera de crear un efecto multiplicador en la zona conurbada de la capital, donde confluyen otros municipios como San Andrés Cholula, San Pedro Cholula, Cuautlancingo, Amozoc y Coronango.
Lo que menos ofreció la dirigencia panista fueron perfiles de base azul. Se fueron por intereses, con esas ganas de pactar desde ya la derrota.
Ante los conflictos que trae Rivera Pérez con el PRI, resultado de su naturaleza de operar sólo con su reducido grupo, sume que la dirigencia blanquiazul se apropió de las principales posiciones a legisladores y presidencias municipales.
Más de lo mismo o los mismos peores de abanderados/as para disputarle el poder a Morena.
No, los panistas no aprendieron la lección. Actúan como si el morenovallismo prevaleciera y marcara el rumbo.
Lo único que se espera es que esos panistas que hoy responder a intereses de grupo, no de la militancia, eviten terminar como sus jefes.
Unos en el panteón, otros en el bote.
