Por Valentín Varillas
Todos, absolutamente todos los candidatos de Morena a un cargo de elección popular, llevarán la bendición de Andrés Manuel López Obrador.
Desde la oficina principal de Palacio Nacional, se aplica a rajatabla el derecho de voto y veto, al momento de calificar los perfiles que pretenden integrarse a la oferta política del partido en el poder para junio próximo.
Y los criterios, faltaba más, son idénticos a los que la 4T ha privilegiado para la integración o defenestración de los miembros del gabinete y otros cargos importantes de la administración pública federal.
“90% lealtad-10% capacidad”-es la máxima que define el cielo o el infierno para los aspirantes.
No importa nada más.
Aquí no pesan los criterios de rentabilidad electoral; esos que, más allá de filias y fobias personales, indican con toda frialdad quiénes sí quiénes no pueden resultar competitivos en una elección.
Mucho menos, si los tiradores tienen la capacidad, preparación y el talento necesario para desempeñar el cargo, en caso de ganar.
El único requisito es que prometan que seguirán ciegamente la línea y dictados de su líder, pase lo que pase y en cualquier escenario o coyuntura.
Obviamente, sin cuestionarle nada, absolutamente nada.
Se trata, simplemente, de la edición 2021 del viejo dedazo.
El presidente puede darse este supuesto lujo, el de imponer candidatos, porque confía en los alcances de su estrategia electoral.
Esa que se basa principalmente en los beneficios políticos que le traerá la aplicación de los programas asistenciales que opera su gobierno.
La entrega de dinero en efectivo a los sectores sociales que califican para ser beneficiados, le da al partido en el poder una ventaja importante en relación con los otros competidores.
La apuesta es también por tener un proceso electoral con muy bajo nivel de participación ciudadana.
Que al final, temas como el Covid y la inseguridad que se vive en diversas zonas del país, acaben por ahuyentar a los votantes de las urnas.
La vieja estrategia del voto del miedo que, con particularidades distintas, se ha aplicado con éxito desde hace décadas para intentar la permanencia en el poder de un determinado grupo político.
A dos años de la presidencia de López Obrador, nos ha quedado claro que se siente muy cómodo aplicando un estilo absolutamente piramidal de gobernar, en donde su palabra es la ley.
Ejemplos sobran de lo anterior.
Al ser además, el amo, señor y dueño de Morena, no sorprende que sean sus personalísimas imposiciones las que determinen quiénes van a participar como candidatos en la elección más importante, la que determinará el rumbo de la segunda mitad de su sexenio.