Por Alejandro Mondragón
Con pies de barro, en medio de un aguacero, la clase política vive hoy lo imposible hace apenas tres meses. Cuando sorprende un hecho aparece lo inesperado.
Las reses que no fueron sacrificadas por el morenovallismo, ahora como carniceros observan el suicidio colectivo del grupo. No queda nada.
¿Se iba a imaginar que Morena se convirtiera en la nueva fuerza que aglutina hasta cascajos?
Los perseguidos ayer, hoy gobiernan. Los enemigos toman decisiones, los sicarios estrenan nuevo padrino y la percepción es realidad.
Con el helicóptero estrellado, todos huyeron. Nadie quiso asumir el liderazgo, por temor o incapacidad, pero se escondieron. No quieren ni que los mencionen.
Algunos ya fueron a pactar con los más cercanos de Andrés Manuel López Obrador. Hasta hacen antesala de horas para que los reciba y cobije, el titular Jurídico, Julio Scherer; el jefe de la Oficina de la Presidencia, Alfonso Romo; y hasta un cada vez más olvidado César Yáñez.
Unos más han optado por refugiarse en la figura del candidato de Morena. Los beneficiarios económicos con Alejandro Armenta para garantizar que seguirán haciendo negocios, los políticos y operadores se han sumado a la causa de Luis Miguel Barbosa, en aras de ocupar espacios en el gobierno que viene.
Los marinistas taaaan perseguidos, señalados y desprestigiados durante 9 años, ahora toman la batuta en el PRI y hasta aplauden a Mario Marín sin rubor alguno, luego de que en ese tiempo utilizaron su figura para desmadrar al tricolor.
En el PAN arribó el peor crítico de la obra morenovallista con una dirigencia, la de Genoveva Huerta, que se construyó para acatar, no para resolver.
Sin embargo, los enemigos del morenovallismo también quedaron apanicados, no asumieron aquel rol que tanto presumían y les permitía ponerse al brinco.
Y todo esto sin que todavía empiecen las campañas. Lo que nos falta por ver, pero no con un tema de competencia por el poder, sino de observar quién se arrastra más para intentar subir.