Por Valentín Varillas
20 mil votos a favor de Marko Cortés, ha puesto sobre la mesa Rafael Moreno Valle como base de su negociación con la que será la nueva dirigencia nacional de su partido, el PAN.
Según el gobernador poblano, este número refleja el control que mantiene sobre el 80% del total del padrón de militantes en el estado, el cual, después del procedimiento de depuración ensayado por el propio partido, disminuyó cerca de 35% y quedó en 24 mil miembros.
Lo anterior, sin duda, alcanzaría para que el próximo líder del blanquiazul otorgara, gustoso, importantes posiciones de influencia y poder partidista al ex gobernador poblano.
El garantizar 8 de cada 10 votos en una entidad de alta prioridad para el panismo, se vuelve un importante activo, valioso para quien aspire a dirigir al partido con una legitimidad a prueba de toda duda.
Sin embargo, existe un pequeño detalle aritmético que dificultará el que Moreno Valle reciba lo que en teoría se merece.
Y es que, no todos los 20 mil votos que seguramente se amarrarán a favor de Cortés, provienen del trabajo político de Rafael y su grupo.
En ese número, se contemplan también los votos de panistas que están muy lejos de ser considerados como morenovallistas y que realizan un trabajo político muy importante en aras del proyecto de Marko.
Liderados por Humberto Aguilar Coronado y Rafael Micalco, se trata de militantes miembros del panismo ortodoxo poblano, que en su momento resultaron damnificados por las imposiciones y abusos del ex gobernador y que incluso se negaron a sumar a sus intereses políticos en la más reciente campaña electoral.
Ellos también suman, ellos también aportan y su peso específico real en la toma de decisiones partidistas ha aumentado a medida que el padrón de militantes se limpió y el número final es un reflejo mucho más fiel de quienes son auténticamente miembros del partido en Puebla.
En este contexto ¿cuánto vale la negociación con Moreno Valle?
¿Para qué le va a alcanzar?
Lejos se ven aquellos tiempos en donde, gracias a su capacidad de operación financiera y política, Rafael tenía postrados y a su merced a quienes aspiraban a dirigir al partido a nivel nacional.
Gustavo Madero, primero y Ricardo Anaya después, sucumbieron al canto de las sirenas, pagando al final un precio altísimo por el apoyo.
Abrieron la puerta a posiciones irrenunciables sacrificando poder y capacidad en la toma de decisiones, sobre todo Madero, quien hasta la fecha se arrepiente de haber sellado pactos que al final en nada le beneficiaron.
Traiciones y la falta de cumplimiento de acuerdos básicos, elementales, lo exhibieron como un dirigente débil, acotado, secuestrado por aquella mano que meció la cuna para llevarlo al cargo.
Con Anaya sucedió algo similar al principio: presiones, malos tratos y el intento de minimizar su figura como líder partidista.
Partiendo del antecedente vivido con Madero, del que fue Secretario General, Ricardo tomó previsiones, acotó el poder de Rafael y urdió su mejor venganza al convertirse en el candidato del PAN a la presidencia, cargo que obsesionaba severamente al poblano.
Es evidente que Marko Cortés y su grupo, tienen bien claro los pros y los contras del pacto que han sellado con RMV, un pragmático que se jacta de ensayar a rajatabla la filosofía desechable, la que condena a la ignominia a quien deja de servirle para lograr sus objetivos.
Así lo ubican, así lo tienen identificado.
En términos de la relación con la próxima dirigencia nacional del PAN ¿quién sería en los hechos el desechable, el prescindible?
“La crónica del cazador cazado”, le llaman algunos.