Por Alejandro Mondragón
Torres de edificios en la zona de Angelópolis –todas- vendidas, pero vacías.
Centros comerciales con elevadas rentas, aunque con locales desocupados.
Hoteles sin disponibilidad turística con luces apagadas y cortinas cerradas en la mayoría de los cuartos.
La presencia de capital sucio en restaurantes, comercios, nuevos desarrollos, autos de lujo y un penetrante olor a huachicol.
Puebla se ha convertido en uno de los principales centros de lavado de dinero, cuya industria floreció en los últimos 8 años.
Hay que ver la forma en la que se comportan ciertos personajes para comprender que algo huele podrido en Dinamarca.
Más tarde que temprano iba a reventar todo. El grave problema es que hoy el poblano promedio es merced de las disputas de poder de los grupos tolerados desde el poder.
Los cárteles se han metido en la sociedad poblana, como la humedad en las casas de la Sierra Norte. Nadie lo puede remediar.
Los ajustes de cuentas por el control de la plaza han llegado a extremos, como recurrir a la extorsión vía whattsapp.
Nada se respeta, aunque en ocasiones esos personajes que presumen militar en algún cártel terminan exhibidos, pero están aquí.
Huelen a gasolina robada.
Mientras, los candidatos de los partidos con sus mamadas de demostrar quién la tiene más grande.
En serio, pobre Puebla tan lejos de la tranquilidad del pasado, pero tan cercano del futuro de “más de lo mismo”.
Viene lo peor. Los partidos y dirigentes políticos han afiliado a familiares de cárteles.