Por Alejandro Mondragón
Reunidos en la sede nacional del PRI, el dirigente Enrique Ochoa comunicó a la estructura partidista y “liderazgos del partido en Puebla” que el candidato a la gubernatura sería Enrique Doger Guerrero.
Todos aplaudieron y empezaron las felicitaciones. Envuelto en el espíritu dogerista, Ochoa lanzó la papa caliente:
“Aprovechemos que estamos todos para definir de una vez al candidato a la presidencia municipal de Puebla”.
No quiso dar margen a especulaciones y expuso que, de acuerdo con las evaluaciones del PRI nacional, la mejor carta sería en estos momentos Víctor Manuel Giorgana.
Iba a empezar la cargada cuando el diputado federal priista pidió el uso de la palabra para declinar. “Yo tengo mis números y no me alcanza para ganar”, dijo.
Todos callaron, pero voltearon la mirada hacia Lucero Saldaña; la senadora moviendo su dedito se zafó.
Entonces, ¿Pepe Chedraui?
Tampoco. Expuso sus razones.
Enrique Ochoa muy contrariado, respiró hondo y preguntó con cara de pocos amigos: entonces, ¿quién quiere?
Y Guillermo Deloya, el ex dirigente de Icadep, levantó la mano, ante un gesto de evidente desagrado de Ochoa, quien no lo tolera.
El líder nacional regresó la mirada a todos y volvió a preguntar: además del señor Deloya, ¿alguien más quiere participar?
Nadie, silencio absoluto. Por segunda ocasión, sacó aire y repitió: ¿nadie más quiere?
Ooootro silencio.
Y por tercera ocasión insistió si había otro priista dispuesto a defender al partido en la capital de Puebla. Todos callaron.
Sin más remedio, Ochoa se levantó y anunció que el candidato, por descarte, del PRI a la alcaldía de Puebla era Deloya.
Ahora se sabe, Puebla es plaza perdida. Nadie quiso entrarle.
Y es que arrancar la campaña con un dígito es algo que nunca le había pasado al PRI, ni en sus peores momentos.
Frente o Morena, no más.