Por Abel Pérez Rojas
“No hay transformación si el estudio
no se vivencia íntimamente”.
Abel Pérez Rojas
Todo está vinculado a nuestro universo íntimo y personalísimo, de tal manera que cuando estudiamos algo y no lo relacionamos con aquél, el proceso es ajeno, ese tipo de “estudio” puede versar sobre algo interesante, pero no formativo, ni transformador de lo que somos, ni mucho menos que aproxime a lo que podemos ser.
Esto sucede a menudo en las llamadas ciencias exactas y naturales, porque consideramos que se refieren a fenómenos que suceden más allá de nuestra mente y de nuestro cuerpo, perdemos de vista que nos han enseñado, y así lo hemos aceptado, que la realidad está fragmentada.
Por ejemplo, cuando estudiamos el mundo de las partículas subatómicas, frecuentemente nos colocamos en una postura epistemológica en la cual esa realidad diminuta resulta desligada a nuestra cotidianidad, pese a que nuestros pensamientos y sentimientos están integradas también por esas partículas.
¡Cambiaría diametralmente nuestra relación con las ciencias exactas y naturales si las consideráramos como parte de nosotros!
Es decir, cambiaría todo si no las viéramos por allá, sino más acá… dentro de nosotros.
Algo muy parecido nos sucede también con las Ciencias Sociales, verbigracia temas de Sociología o Política parecen desvinculados con lo que somos y hacemos porque argumentamos que “nosotros no nos metemos en temas espinosos”, como si esos temas no fueran parte de una realidad que también nos envuelve.
Tal vez a eso se deba en gran medida que no nos indignamos como lo hacen otros de situaciones injustas y tiránicas.
Cavilo todo lo anterior y lo contrasto para fines didácticos con el cuento sufí “El hijo de mi padre”.
Aquí las breves líneas de este cuento lleno de luz que forma parte del libro El buscador de la verdad, de Idries Shah:
Había una vez un sufí que fue abordado por un posible discípulo.
El sufí dijo:
-Si digo: “El hijo de mi padre no es mi hermano”, ¿a quién me refiero?
El discípulo no lo pudo averiguar.
El sufi le dijo:
– ¡Me refiero a mí, por supuesto! Ahora, regresa a tu aldea y olvídate de tus deseos de ser discípulo.
El hombre volvió a casa, y la gente le preguntó qué había aprendido.
Él dijo:
-Si digo: “El hijo de mi padre no es mi hermano”, a quién me refiero?
Los aldeanos a coro dijeron:
¡A tí!
¡Estáis equivocados! -contestó-, el hijo de mi padre es el sufí de la aldea vecina, ¡él me lo dijo!
¿A poco no, metafóricamente vamos por la vida pensando que el hijo de mi padre es aquél que nos planteó la interrogante?
¿Será por eso que vemos las situaciones, soluciones y problemas como algo ajeno a nosotros?
¿Será acaso en parte, que por eso nuestros procesos “educativos” no son verdaderamente transformadores?
En estos terrenos tenemos enormes desafíos y oportunidades: vincular todo lo que nos rodea a nuestra experiencia personalísima, es decir, a lo que profundamente somos, revoluciona lo que podemos hacer, librándonos de relaciones epistemológicas vanas, aproximándonos más a lo que podemos ser para bien propio y de los demás.
¿Qué le parece?