Por: Valentín Varillas
6 de junio por la tarde.
Apenas un día después de la catastrófica jornada electoral priista.
Un comando fuertemente armando, compuesto por hombres encapuchados, entra a una faraónica residencia ubicada en Xilotzingo.
Un auténtico palacio.
Amagan de inmediato a los habitantes, entre los que se encontraba la señora de la casa.
No pierden tiempo buscando objetos de valor.
Saben a lo que van y dónde encontrarlo.
Bajan a un sótano y sustraen una enorme caja fuerte.
Salen de inmediato.
No dejan rastro alguno.
Tiempo aproximado de la comisión del delito: menos de 6 minutos.
El que fue hace algunos años el hombre más poderoso e influyente del estado, se entera de inmediato.
Lógicamente monta en cólera.
Se indigna.
Faltaba más.
Llama a su “hombre de confianza” en asuntos relacionados con su seguridad.
Minutos después, un convoy integrado por tres camionetas llega al fraccionamiento.
El incondicional a su jefe y amigo, baja de una de las unidades con una escuadra 9 mm en la mano.
Montan un tardío e inservible operativo de búsqueda.
Acordonan la zona.
En su obsesión por encontrar a algún pagano, arremetan en contra del vigilante a cargo de la caseta de seguridad.
Lo sacan de su lugar de trabajo y lo llevan a la escena del crimen.
Le piden primero que hable, que cante, que delate a sus cómplices.
El hombre no sabe ni siquiera de lo que le están hablando o de qué carajos se le acusa.
La petición sube de tono, se convierte en exigencia, después en amenaza y termina en una inmisericorde madriza a cachazos de Pietro Beretta, cortesía del “hombre de confianza”.
Sangra, llora, suplica piedad.
No vio nada, no sabe nada.
Tiene ya dos importante heridas en la frente y en la parte posterior de la cabeza.
El resto del comando sigue en su labor frenética de encontrar indicios, claves que les lleven a entender cómo semejante fortaleza pudo ser vulnerada de tal manera y quiénes se atrevieron a horadarla.
Por fin encuentran la solución parcial del acertijo:
Un boquete hecho, sin prisa pero sin pausa, en la barda posterior del fraccionamiento, como a 200 metros de la caseta de vigilancia.
Por ahí entraron y salieron.
Sin que nadie, aparentemente, se diera cuenta de nada.
Lo demás, tal vez jamás lo sabrán.
¿Quiénes fueron?
¿Cómo sabían de la existencia y el lugar exacto de la caja fuerte?
¿Y de su contenido?
¿Se imagina lo que habrá adentro?
¿Quién o quiénes del círculo más cercano manejan esa información?
¿Quién la filtró?
Más allá del interés económico -supuesto motivo principal del hecho delictivo- ¿qué otros mensajes conlleva la acción?
¿De parte de quién?