Por: Valentín Varillas
Sucedió el pasado 9 de octubre.
Funcionarios federales realizaron una gira de trabajo por la junta auxiliar de San Andrés Azumiatla del municipio de Puebla, para entregar viviendas y beneficios sociales de programas operados por el gobierno de la República.
Asistieron Rosario Robles, titular de Sedatu, José Antonio Meade de Desarrollo Social, Nuvia Mayorga como directora de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), el gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle; el alcalde capitalino, José Antonio Gali Fayad, además del subsecretario de Sedatu, Juan Carlos Lastiri, los senadores Javier Lozano y Blanca Alcalá, junto con la diputada federal tricolor Graciela Palomares.
Como fue la tónica de este tipo de eventos durante prácticamente todo el año pasado, el torneo de elogios mutuos al trabajo realizado por los distintos órdenes de gobierno fue la constante.
El ambiente era de fiesta mientras se entregaban escrituras, viviendas, recámaras adicionales para las ya construidas, techos de fibrocemento, entre otros.
Uno de los puntos más destacados del acto fue el discurso del gobernador Moreno Valle quien aseguro contundente que no iba a permitir que diferencias de ideología o de partidos políticos impidieran el desarrollo del estado de Puebla.
Sin embargo, el fervor de inclusión duró muy poco.
Una vez terminada la puesta en escena, Alcalá fue víctima de uno de los peores desplantes de su carrera política.
El mandatario poblano decidió, dentro de la logística de la gira, que los funcionarios federales invitados se fueran con él en una camioneta destinada para tal efecto.
Blanca tenía la encomienda de acompañar a Robles Berlanga -de la que es amiga desde hace varios años- durante toda su visita a Puebla, por lo que consideró que tenía un lugar asegurado en el mismo vehículo en donde iba a ser transportada la secretaria.
Su sorpresa fue mayúscula cuando de voz del propio Moreno Valle escuchó que no había lugar para ella, que únicamente sus invitados del gobierno federal podían viajar ahí y que tendría que buscar otra manera de llegar al siguiente punto de la gira.
Los secretarios se dieron cuenta de lo que estaba pasando.
Se generó de inmediato un incómodo silencio que ninguno de ellos se atrevió a romper.
Nadie metió las manos por ella a pesar de que se estaba violando flagrantemente uno de los códigos básicos, elementales, de la cortesía política.
El trato dado por el gobernador de Puebla a Alcalá dista mucho de aquel que recibió la priista cuando, siendo presidente municipal de la capital, pactó con Rafael no operar desde la comuna a favor del candidato priista a la alcaldía en el 2010, Mario Montero.
Tampoco es el mismo que se le dio cuando fue invitada por Fernando Manzanilla a integrarse al gabinete del primer gobierno estatal poblano no emanado oficialmente del PRI.
Ni cuando palomeó a personajes cercanos a ella para sumarse al gobierno del estado y poco después a la administración de Tony Gali.
No es igual al recibido por los diputados afines al morenovallismo quienes, obsequiosos, aprobaron sin chistar sus cuentas públicas, distinción de la que no han gozado otros ediles o servidores públicos que han sido tachados como “enemigos” por el grupo gobernante.
Mucho menos se parece al que le han obsequiado las generosas plumas oficiales, que en las últimas semanas la han llenado de elogios para bombardear de paso las aspiraciones de Enrique Doger.
Sí, las mismas que se llenarán de mierda y lodo para atacarla, una vez que oficialmente represente una amenaza seria a la continuidad del régimen.
Del amor al odio y viceversa; así ha sido la tónica de la relación Alcalá-Moreno Valle.
La esquizofrenia parece ser hoy un contagioso efecto secundario del utilitarismo y la conveniencia política.
Y lo que falta por ver.