Por: Valentín Varillas
Varias líneas de investigación tendrá que seguir puntualmente la Procuraduría de Justicia de Colima, si de verdad quiere llegar al fondo del atentado cometido ayer en contra del ex gobernador de ese estado Fernando Moreno Peña.
El también ex delegado del CEN del PRI en Puebla es sin duda un personaje que polariza en su actividad política.
Desde el ataque frontal orquestado por el senador José Luis Preciado, -candidato perdedor en la reciente elección a gobernador- quien denunció mediáticamente las presuntas ligas de Moreno Peña con el narcotráfico, hasta el deslinde del hoy mandatario estatal, Mario Anguiano, quien en campaña se deslindo contundentemente de él y puso en duda el origen de su riqueza personal.
Sin embargo, por lo menos en lo que a Puebla se refiere, la “procu” colimense puede estar tranquila.
El paso de Moreno Peña por la política local, además de breve, fue lo suficientemente mediocre, parco y gris, como para eliminar cualquier posibilidad de vendetta personal.
Precedido de la fama de ser un especialista en desmadrar procesos electorales, en enero de 2013 tomó posesión como delegado del CEN del PRI en el estado, Fernando Moreno Peña.
Era, en la óptica tricolor, la figura mesiánica que recuperaría la dignidad priista, que haría que como por arte de magia recordaran sus principios, su ideología, el papel que debían de jugar como partido de oposición y, sobre todo, la vía para obtener importantes triunfos electorales en el proceso de julio.
Juraban que para muestra, sobraban los casos de estados como Colima y Michoacán, en donde cuenta la leyenda que Moreno Peña pudo “destrozar” a la oposición: en las urnas y en los tribunales.
Las expectativas eran enormes ya que el PRI poblano había padecido una y otra vez del síndrome del delegado güevón, pillo y bueno para nada, a pesar de las impresionantes cartas credenciales con las que los ungidos habían llegado a ocupar el cargo.
Moreno Peña no empezó mal.
De inmediato intentó asumir el protagonismo mediático en el inicio de aquel proceso electoral.
Sus declaraciones y acusaciones sobre diversos temas lo convirtieron en referencia obligatoria en columnas políticas y espacios en medios de comunicación.
De esta manera, se convirtió en el villano favorito de los adversarios políticos del tricolor, quienes gastaron enormes cantidades de tiempo y saliva en refutarlo, atacarlo y evidenciarlo como un vulgar provocador electoral.
Moreno Peña metió así a sus adversarios al terreno en el que mejor se desenvuelve.
Convirtió a sus enemigos en reactivos, fue un paso adelante y los demás bailaron al ritmo que este personaje les marcó.
Como consecuencia, la agenda mediática en el tema político la impuso el tan criticado delegado y sus detractores, en lugar de hacerle vacío, se convirtieron en cajas de resonancia de sus temas y fungieron como sus mejores publicistas.
Sin embargo, lo anterior fue nada más un espejismo.
Más allá de lo mediático no había nada.
En términos del diseño y operación de una estrategia efectiva en el plano electoral, que le permitiera al PRI obtener triunfos en los municipios más importantes del estado y hacerse de un buen número de posiciones en la conformación del congreso local, el fracaso fue estrepitoso, histórico.
Y lo peor: ya en la recta final de su paso por Puebla, el gran bravucón terminó siendo una caricatura de sí mismo.
El experto desestabilizador de procesos electorales, especialista en misiones en el papel imposibles, el “destructor” de la oposición fue de ridículo en ridículo.
En una ocasión, le sugirió muy en corto a la militancia priista que mejorara su relación con el gobernador panista Rafael Moreno Valle, en aras de garantizar su apoyo a las reformas estructurales enviadas por el presidente Peña al Legislativo federal.
De esta manera, reconocía implícitamente un pacto que pasaba por la derrota electoral del tricolor en Puebla, a cambio de amarrar la auténtica prioridad del gobierno de la República.
Sobra decir que la sutil sugerencia fue tomada al pie de la letra por varios priistas, que de inmediato fueron cooptados por los operadores electorales del morenovallismo, debilitando todavía más la estructura del Revolucionario Institucional.
La desbandada fue de antología.
Los tránsfugas, que mejoraron mucho en lo político y en lo económico, todavía le agradecen el consejo a Moreno Peña y seguramente en estos momentos rezan por su salud.