Por: Valentín Varillas
Para posicionar las acciones del gobierno federal en entidades federativas gobernadas por la oposición, el gobierno de la República decidió que secretarios de estado se erigieran como “padrinos” de estas demarcaciones.
Se trataba de realizar un intenso trabajo de coordinación institucional para que la población en general conociera los alcances y beneficios de la aplicación de los programas federales y que se distinguieran y contrastaran con las políticas públicas implementadas por los gobernadores.
Bajo esta lógica se definió un esquema para repartirse geográficamente el territorio nacional.
Al Secretario de Comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruiz Esparza, le tocó Puebla.
La elección ha sido en los hechos mucho más rentable para el gobierno de Rafael Moreno Valle que para el de Enrique Peña Nieto.
Y es que, en sus constantes visitas a la entidad, el funcionario federal se ha comportado más como un entusiasta y ferviente admirador del mandatario estatal, que como un real defensor de las acciones del gobierno que oficialmente representa.
Al secretario se le ve feliz, cómodo en Puebla.
Se siente cobijado, apapachado por las autoridades estatales que, sobra decirlo, han hecho un trabajo extraordinario de relaciones públicas para lograrlo.
Ya en la parte del protocolo, el discurso ensayado por Ruiz Esparza, invariablemente, ha excedido los términos de lo que se considera “deseable” dentro de los parámetros que definen la cortesía política.
Las referencias al “buen trabajo realizado por el gobernador de Puebla” han sido constantes.
También el hecho de resaltar que “juntos, hombro con hombro” se han logrado inversiones históricas en infraestructura carretera para Puebla.
Por supuesto hay quienes aplauden lo anterior.
Lo cuadran simplemente en un trabajo conjunto entre diferentes niveles de gobierno que dejan a un lado diferencias de tipo político para generar acciones en beneficio de los habitantes del estado.
Otros, opinan diferente.
Y es que, es evidente que el torbellino publicitario pagado por el gobierno estatal ha opacado la figura presidencial.
Obras y proyectos realizados por el gobierno federal, en el imaginario colectivo de los poblanos, se deben a la buena gestión del gobernador Moreno Valle y no a acciones concretas del gobierno federal.
Para lograr esto, el aparato propagandístico oficial se ha apoyado en la labor “informativa” de los medios con contratos de publicidad estatal.
El famoso Tri-Pack simplemente no pela al presidente.
Ni siquiera las cadenas televisivas, que gozan de millonarios convenios con el gobierno de Peña Nieto.
Para ellos, en Puebla no existe más figura que la del gobernador.
El tibio padrinazgo de Ruiz Esparza contrasta con el de Rosario Robles, quien mientras estuvo al frente de la Secretaría de Desarrollo Social, tuvo la responsabilidad de perfilar las acciones del gobierno de la República en estados como Oaxaca y Guerrero, gobernados por partidos diferentes al PRI.
En esas entidades, el tricolor se posicionó como primera fuerza política gracias a la estrategia de propaganda y contraste de los programas federales.
En Guerrero, lograron el triunfo en la gubernatura, después de que el perredismo se erigiera en ese estado como fuerza dominante por varios años.
En el caso de Oaxaca, es evidente el debilitamiento de Gabino Cué, quien le debe su supervivencia política a la intervención presidencial que eliminó los privilegios de la CNTE y la debilitó irremediablemente.
¿Alguien duda que el próximo gobierno de Oaxaca será priista?
En cambio, en Puebla nada cambia.
A pesar del exacerbado optimismo que generó el buen desempeño en el proceso federal de junio y la posterior llegada de Manlio Fabio Beltrones a la dirigencia nacional, el PRI necesitará de un auténtico milagro para ganar la mini-gubernatura en el 2016.
Si el “padrino” Ruiz Esparza hubiera hecho mejor su chamba, tal vez el escenario sería menos oscuro.