Los herederos del régimen de partido único que gobernó por más de 70 años y que inclusive derrotó en permanencia a dictaduras y totalitarismos, han perdido la brújula mostrándose incapaces de instrumentar una respuesta efectiva a la enorme problemática que se vive en el México de hoy.
¿Qué pasó?
¿Qué cambió?
¿No aprendieron nada de sus maestros, expertos en el sucio arte de salir airosos de las constantes crisis generadas por sus propias omisiones y corruptelas?
¿Qué hay con aquella promesa de que el PRI “sí sabía gobernar”?
Es evidente que el modelo de gobierno ensayado por los cachorros tricolores daba resultados en aquellos tiempos oscuros de la imposición, de la ausencia de libertades y de contrapesos, de la sociedad conformista y poco participativa.
Hoy, existen factores incontrolables desde el poder político que vuelven muy complicado tapar yerros u omisiones.
Medios de comunicación indómitos, cuya línea editorial no está en venta, además de herramientas de participación y politización ciudadana como las redes sociales, son factores que hoy operan como contrapesos reales del poder político.
Con la masificación del internet, hoy nada se puede esconder.
Todo se sabe y en tiempo real.
El régimen priista actual tiene una auténtica bomba de tiempo en sus manos y no se ve quién de ellos tenga la capacidad y astucia para poder desactivarla.
El país está colapsado en lo social, con niveles de inseguridad por las nubes.
En lo político, la crisis institucional en la que viven entidades federativas infiltradas por el crimen organizado pone en vilo la gobernabilidad.
Aunado a esto, en lo económico la falta de oportunidades y el decremento constante en el poder adquisitivo de la inmensa mayoría, no mejora el clima de convivencia ni la opinión hacia el gobierno.
Una auténtica receta para el desastre.
Para colmo, al presidente de la República parece no salirle nada bien.
Decidió perfilar las reformas estructurales sacrificando niveles de popularidad y confianza, apostando por una recuperación “milagrosa” en la segunda mitad del sexenio, ya con la maquinita del dinero público echada a andar y funcionando a todo lo que da.
Hoy, parece que no será suficiente.
Peña se encuentra en los niveles más bajos históricos en estos rubros para un presidente en su segundo año de gobierno y la cosa tiende a empeorar con el desgaste natural que supone el ejercicio del poder.
Golpes mediáticos de alto impacto como la encarcelación de Elba Esther Gordillo o Joaquín “el Chapo” Guzmán no sirvieron para mejorar la opinión mayoritaria del presidente de la República ni del gobierno que encabeza.
El aparato propagandístico oficial trabaja ya a marchas forzadas para reducir el demoledor impacto negativo generado a partir del caso Ayotzinapa.
Se buscan todo tipo de distractores, anuncios espectaculares y demás, pero no se ve cómo evitar el monumental descrédito.
Y es que, ha sido el gobierno federal el que se ha llevado la peor parte en términos de imagen, a comparación de otros actores políticos como el PRD o Morena, involucrados también en el tema de los normalistas desaparecidos.
Hoy, nada le sale al presidente.
Los siempre caprichosos astros de la política así lo decretaron desde el principio del sexenio y tal parece que esa misma tónica se impondrá hasta el final.
La situación es tan novedosa que, faltando más de 4 años para su salida, ya se habla de la inminente imposibilidad presidencial de controlar su propio proceso sucesorio y las pocas posibilidades reales que tendrá de heredarle la silla a un priista.