El viernes 10 de octubre, en el edificio que alberga al CEN del PAN, se llevó a cabo una reunión en donde el Comité que encabeza Ricardo Anaya daría a conocer a los Comités Directivos estatales del país cuáles serían los ejes centrales de la estrategia electoral del partido rumbo a la elección federal del 2015.
Ese día, precisamente, se había dado uno de los episodios más vergonzosos en la historia política de Puebla, cuando las oficinas del Tribunal Electoral del Estado fueron desalojadas por una supuesta amenaza de bomba, impidiendo así que el CDE poblano pudiera presentar una impugnación por la afiliación masiva de militantes.
Así que, a la reunión en el CEN llegó un furibundo Rafael Micalco quien desde muy temprano pidió una reunión con el líder nacional para tratar el tema y denunciar las aberraciones que estaban llevándose a cabo con la afiliación de militantes al partido.
El poblano recibió largas y más largas.
Los minutos se hicieron horas, hasta que llegó el momento de iniciar el encuentro.
Micalco palideció cuando vio que en el presídium, justo a la izquierda de Anaya, ocupaba un asiento Eukid Castañón Herrera, operador del gobernador Moreno Valle y principal responsable del proceso de afiliaciones masivas a Acción Nacional.
El mensaje fue claro, contundente y a la vez demoledor: el PAN de Anaya apoya al cien por ciento este proceso y no va a mover un dedo para atender a quien se atreva a quejarse.
Después de ver esto, la reunión de Micalco con Anaya no fue ya necesaria.
El primero entendió que el grupo ideológico que representa ha quedado ya superado y que el proceso de cooptación del partido por parte del morenovallismo triunfó.
Hoy, el gobernador y su grupo controlan de manera absoluta cerca de 27 mil de los 32 mil militantes del PAN en Puebla, es decir, son ya los dueños del partido.
Cualquier proceso de toma de decisiones o de selección de candidatos tendrá que hacerse de acuerdo con las órdenes y los intereses del patrón del PAN.
No hay de otra.
Por eso, los autodenominados “verdaderos panistas” andan inconsolables.
Fueron chamaqueados, engañados y manipulados por el supuesto héroe que los llevaría al poder y de paso liquidaría la tiranía priista en Puebla.
Sí, cómo no.
Los dejó sin nada.
Hoy, no se vale el martirologio.
Ellos lo metieron al partido y le fueron entregando gradualmente el control de todo, absolutamente todo.
¿Y Micalco?
De entrada sufre las consecuencias de la contradicción ética entre su supuesta congruencia ideológica y el síndrome de Estocolmo que lo obliga a vivir sometido al grupo político que lo rescató y que lo puso al frente del partido en Puebla.
Este penoso personaje se ha quedado solo, muy solo.
Prácticamente nadie lo acompañó a la oficina de la Oficialía de Partes del Congreso del estado a solicitar la destitución de los magistrados del Tribunal Electoral local.
Brillaron por su ausencia las supuestas figuras de liderazgo del PAN poblano, los diputados de su partido, regidores; hasta su ex secretario particular, Francisco Mota, —hoy diputado gracias al apoyo de Micalco— decidió abandonarlo.
Ahora bien, ¿qué tan auténtico es el enojo de Micalco y su potencial rompimiento con el grupo del gobernador?
¿Por qué se esperó hasta el día del vencimiento del plazo para acudir ante el TEE a impugnar las afiliaciones?
Pudo haberlo hecho con mucho tiempo de anticipación.
¿Qué quería negociar que al final no se dio?
¿Hasta dónde llevará su berrinche y qué consecuencias tendrá éste en términos de su relación con el gobernador?
Habrá que esperar, lo cierto es que ese viernes 10 de octubre podría significar el destierro político de Micalco y su irremediable caída del Olimpo.
Una frase selló su destino para siempre: “¡Son Chingaderas!”