Me levanté muy temprano esa mañana de sábado, me hice una cola de caballo, me puse un short muy corto, una camiseta ceñida, los tenis y me fui al parque.
Luego de calentar comencé a correr, me encanta la sensación que me invade después de unos diez o quince minutos: la respiración agitada, el golpeteo de mi corazón y de mis muslos, y mis pechos saltando al ritmo de mis zancadas y la música de Queen.
Como cada mañana de sábado me cruzo con él, me saluda con un movimiento de cabeza y sigue su camino serio, como si no hubiera visto su mirada bajar furtivamente por mi escote. Me gusta este corredor de fin de semana. Sus piernas fuertes y sus brazos de gimnasio me excitan. También me gustan sus ojos y esa boca carnosa que adivino bajo el bigote espeso.
Segunda vuelta por el parque, segundo cruce de miradas, nos recorremos mutuamente de forma descarada. Noto el bulto inquieto de su estrechísimo short y me sonrío.
Más adelante me detengo, jadeante por el esfuerzo físico y por la excitación. Me recargo en un árbol y enjugo el sudor de mi frente con la toalla. Me agacho para hacer estiramientos y enfriarme. Levanto la vista y lo veo frente a mí. Se acerca peligrosamente sin quitarme la vista de encima. No me muevo. Me recorre la boca con un dedo y baja la mano por mis pechos acariciándolos. Lo hace de forma tan natural que no me sobresalto.
Siento su cuerpo apretando el mío contra el árbol y lo siento meter la mano bajo mi short moviendo los dedos entre mis labios húmedos. Mis manos están contra su pecho. Este ademán no es para alejarlo sino para comprobar su dureza. Cuando siento sus dedos penetrar más profundamente aprieto las piernas, obligándolo a sacar la mano. Me doy la vuelta y me dirijo a los sanitarios. Lo sé siguiéndome. Entro temerariamente al baño de hombres, está vacío. Volteo a verlo y con la mirada lo invito a entrar a un cubículo. Entra conmigo. Apenas cabemos pero no necesitamos más. Me pongo en cuclillas bajando su short. Ante mis ojos su pene erguido me invita a probarlo. Abro la boca y lo meto suavemente, ensalivándolo, disfrutando su suavidad y dureza al mismo tiempo. Mi lengua juega con su glande mientras mis manos lo hacen con sus bolas. Se lo mamo metiéndolo y sacándolo con ritmo. Detengo mi vaivén y levanto la mirada para mirarlo a los ojos. Entiende la señal y es ahora él el que se mueve. Me encanta esa sensación de ser cogida por la boca. Lo siento llegar profundo una y otra vez.
Se sale apresurado de mi boca y yo levanto mi camiseta, invitándolo a eyacular sobre mis tetas. Con mis dedos unto su semen por mis tetas a medida que éste va cayendo en ellos.
Bajo mi camiseta, me pongo de pie y comienzo a caminar hacia afuera. Intenta detenerme, decirme algo, le pongo un dedo en los labios, le sonrío y le digo “Adiós, no lo eches a perder”, y me alejo.