Ambos han perdido peso.
En el caso del tricolor, la sangría ha sido lenta pero constante; sin prisa pero sin pausa.
A Alcalá, se le ve notoriamente más delgada.
El cambio es de llamar la atención.
Esta convergencia de destinos ha tenido repercusiones muy claras.
El protagonismo político de ambos se ha reducido a su mínima expresión.
Al tricolor lo han herido de muerte con la fuga de operadores y el desmantelamiento de su estructura.
Parte de ella ya juega los intereses del grupo hegemónico en el poder.
Blanca ha disminuido notoriamente su actividad en Puebla.
Se le ve poco, casi nada y ha evitado apariciones en medios de comunicación.
Extraño para quien jura tener proyecto político en el estado pero lógico para alguien que no está en plenitud física.
Casi imposible conjugar exitosamente ambos.
Más allá de la forma, el fondo es complicado.
Para lo que queda del PRI, la única opción real para competir en los próximos procesos locales es echar mano de quien cumpla de mejor manera con criterios de rentabilidad electoral.
No hay de otra.
Los demás tiradores están muy lejos de cumplirlos, o bien, sus negros expedientes adornan los escritorios de los principales operadores del morenovallismo.
Ni siquiera con el supuesto apoyo del gobierno federal —ese que tanto cacarean los tricolores—, se ve la luz al final del túnel.
Las esperanzas de supervivencia para el partido en Puebla dependen en buena medida de su mejor carta y hoy no vive sus mejores tiempos.
Más allá de dudas y proyectos, la última palabra la tendrá la siempre caprichosa salud.
Esa que siempre se da por hecho y que jamás forma parte de los complicados cálculos que sazonan la estrategia política.
Hoy sin embargo, de ella dependerá en buena medida el futuro político de Puebla.
Ya lo verá.
