Bajo el sol vespertino del primer cuadro de la ciudad, el punto de encuentro no era difícil advertirlo, pues el grupo de de jóvenes con libros y pancartas en mano era numeroso minutos antes de comenzar la marcha hacia Tv Azteca.
El mosaico estudiantil, aquella tarde del 23 de mayo, dejó atrás el absurdo clasismo para unir la voz y manifestarse por las calles despojados de prejuicios. Con el rostro al descubierto, se estima que 3 mil almas presumieron sus convicciones.
A tres meses de distancia el Movimiento #YoSoy132 en Puebla es otro, con la suma de organizaciones como el de Morena, resulta intolerante, visceral, cobarde.
Al menos así los retratan los actos registrados este fin de semana -la irrupción en un evento cultural, toma del transporte público, entre otros.
Lo que prometía ser una expresión excepcional en la historia contemporánea del país, resultó una manifestación tan común como la frase que ahora los describe: se convirtieron en lo que han criticado.
Día 1
El pequeño grupo se perdía entre los transeúntes habituales del zócalo en la capital poblana. Para su mala fortuna, el Tercer Encuentro Intercultural de Música y Danza Indígena que se desarrollaba a un costado de la Catedral, colaboró con la afluencia de paseantes.
Junto a la fuente de San Miguel, el Movimiento #YoSoy132 acordó reunirse el viernes 31 de agosto para definir las acciones a seguir, luego de la resolución del Tribunal Electoral del Poder Judicial a favor del ahora Presidente Electo de México, Enrique Peña Nieto.
Al menos ese fue el aviso que circuló en redes sociales a través de una invitación con su logotipo, en lo que llamaron Alerta Amarilla-Naranja.
Con sones huastecos de fondo un par de jóvenes discutían para imponer la agenda. El del cabello relamido y de mejillas sonrojadas por la exaltación del momento, en medio de la tartamudez incitaba a marchar al IFE; el regordete de al lado era muy timorato para quitarle la palabra y poner orden, por lo que las opiniones a favor y en contra se encimaban.
¿Marchar o no?
Si.
¿A dónde?
Al IFE ya le vale madres.
Además no somos ni cien.
“La música de los indígenas fue plantado por el gobierno”, alguien atinó a decir en el más puro sospechosismo mexicano, por lo que decidieron avanzar ocho metros y continuar a gusto la discusión que se prolongó una hora más.
La señora que tomó la palabra confesó estar “hasta la madre” de tantas injusticias, pero pidió dejar en claro que Andrés Manuel López Obrador no es quien incita a las movilizaciones. “Que no lo culpen”, concluyó su intervención con voz quebrada que impulsó el aplauso.
El señor entrado en años quiso seguir el ejemplo y rememoró los sesentas aventando un consejo: “Íbamos con el sector popular por apoyo. Vayan a la 10 Poniente, allá sí hay gente”. Más tarde le harían caso.
Intervino entonces el chavo de cabello largo tras la chava de cabello corto.
Uno más. Éste de vestimenta negra que se aferró al micrófono con la mano derecha, mientras que con la izquierda se apoyaba en un bate de béisbol que descansaba sobre el suelo. Se dijo cansado de tanta palabrería y demandó hechos. Sería de los principales incitadores para irrumpir en el encuentro indígena.
A los 80 minutos de discusión, las nubes amenazaban con derramarse, pero la desesperación se les adelantó.
Al grito de ¡escenario, escenario! un grupo exigió tomar el espacio donde se despedían acordes de viento y percusiones de la Sierra Norte.
¡Fuera Peña, fuera Peña!, gritó la turba al tiempo que se dirigieron a la zona del evento.
Una veintena de integrantes identificados como #YoSoy132 invadieron el área de sillas.
El escenario pronto quedó desolado y las luces se apagaron.
Por las bocinas se les invitó a respetar al público y a los participantes indígenas, pero fue inútil; entonces el indiscreto micrófono evidenció el desconcierto de los organizadores: “¿qué hacemos?…”.
Tomándose de las manos, una pareja de sexagenarios se abrió paso entre el borlote y desaparecieron, la función había terminado para ellos como para otras más que siguieron el ejemplo.
Las niñas, niños, mujeres, señores que se quedaron observaban atónitos.
Gritos, silbidos, consignas inundaron el lugar.
Todo era caos y confusión.
¡Nosotros no queremos un presidente espurio!
¡Ellos (los indígenas) también son afectados!
¡México sin PRI! ¡México sin PRI!
Una mujer con gafete de Prensa #YoSoy132 intentó controlar a la marabunta; tomó el megáfono y les recordó el principio que el movimiento se jacta de poseer: “¡es pacífico!”. Nadie le hizo caso. A sus espaldas y abajo del escenario, el tipo del bate de beisbol –ahora dentro del morral que le cruzaba el pecho- entrelazaba sus brazos con otros en un intento de cadena humana, pero no tuvieron éxito.
En cuestión de minutos llegó la policía y el grupo abandonó el lugar para regresar al punto de reunión.
La del gafete dio escuetos argumentos a reporteros. Señaló que el encuentro fue convocado por organizaciones civiles en la que se sumaron integrantes del #YoSoy132. Lo dijo una, dos, tres veces en un afán de justificación por lo ocurrido.
A la media noche, en la cuenta de Twitter del movimiento estudiantil, refirieron tres provocadores, que incitaron al resto, que al menos uno iba alcoholizado, que 132 sólo quería informar, que serían más cuidadosos, que pedían disculpas.
Día 2
El día comenzó para los manifestantes como terminó el anterior. Sobre las cabezas de los pocos simpatizantes de Morena, al filo del medio día del primero de septiembre, las nubes negras amenazaban con atestiguar la marcha; las intermitentes gotas presagiaban un día completo de lluvia, pero no fue así.
En los Fuertes, flanqueada por el monumento a Zaragoza, la señora que se identificó como “ciudadana encabronada” a través del megáfono reconoció haber utilizado en reuniones anteriores el logotipo del #YoSoy132, dijo sentirse apenada por hacerlo sin previa autorización.
Ataviada en colores patrios y con la mitad de la cara pintada aparentando una malograda Catrina, no quiso abundar cuando se le cuestionó al respecto. Al sentirse acorralada por la insistencia, abrió el megáfono e increpó al reportero, con ello veladamente pidió auxilio y algunos se apostaron a su alrededor. Recriminó a los medios, los calificó de manipuladores y vendidos.
Peor le fue a Televisa Puebla. Al llegar a la zona, alguien dio aviso y comenzaron las rechiflas. Reportera y camarógrafo no pudieron avanzar más allá de su auto, un grupo con pancartas de repudio a las televisoras, algunos enfundados con playeras de Morena, los encararon hasta ahuyentarlos del lugar.
“Encabronados” (insistían), pero convencidos de su civilizado actuar, solicitaron no caer en provocaciones e iniciar la marcha a las trece horas, la que culminó con unas 300 personas y 72 minutos después al arribar al zócalo capitalino para unir fuerzas con el movimiento #YosSoy132.
En lo que llamaron el contrainforme, ambos movimientos condenaron el monopolio televisivo, reclamaron la exclusión mediática de organizaciones civiles. Recurrieron a lamentables clásicos como el affaire Marín-Cacho para decirse ofendidos y solidarios con los periodistas asesinados, desaparecidos y, por supuesto, agredidos. Exigieron apertura en medios y, faltaba más, pugnaron por la libertad de expresión.
La desesperación reclamó su espacio. En una copia al carbón de lo ocurrido la tarde anterior, un grupo pidió “acción”. Los organizadores no tuvieron empacho en complacerlos y adelantaron la toma de una caseta, “porque las marchas cansan y ya no funcionan”.
Solicitaron cerrar filas y acusar a quien fuera armado “con bates o algo así”, pues, recordaron, son pacíficos. Hicieron un llamado para estar alerta de la gente infiltrada por el gobierno que se hace pasar como reporteros.
Con absoluto hermetismo sobre el destino final de la movilización, “por seguridad”, los líderes condujeron a la muchedumbre -unos 400- hacia el bulevar 5 de Mayo, donde escenificaron a la universidad pública de los años setentas en Puebla, con la danza de rostros cubiertos y la toma de autobuses.
La Ruta 3, la 77, el Rápido San Antonio, la 29 se atiborraron de los inesperados pasajeros. Uno de los choferes declaró no saber nada y sin remedio arrancó la pesada máquina empachada de los proclamados pacifistas.
La caseta de Amozoc ya los aguardaba para desde ahí continuar con el programa del día descrito en su portal: “actividades de reflexión, cultura y recreación”.