Cifras del Centro Nacional para la Prevención y el Control del VIH/sida indican que en México, tres por ciento de los casos se concentran en la población de trabajadoras y trabajadores sexuales. La vulnerabilidad a la pandemia por parte de estos últimos se incrementa debido a que la mayoría de sus clientes son hombres que tienen sexo con hombres, rubro en el que históricamente se contabiliza el 59 por ciento de los casos en el país.
“Éste es como cualquier trabajo: a veces lo disfrutas y otras, te hartas”, relata Bernardo, masajista y trabajador sexual de Monterrey. Hace casi 10 años inició su labor cuando fue despedido de la compañía de ballet en la que participaba. Días después un amigo le ofreció poner su foto en internet para buscar posibles clientes y obtener algunos ingresos. La respuesta fue casi inmediata. Tiempo después ingresó a otra compañía de ballet para dar clases. Sin embargo, ante su éxito en el trabajo sexual y la facilidad de obtener ingresos para tener una buena vida, decidió alternar ambas actividades. Se incorporó a una sala de masajes que al paso del tiempo pudo adquirir junto con su pareja, Víctor, también trabajador sexual.
Originario de Jalisco, Víctor comenzó en el trabajo sexual hace 10 años. Aunque aseguró que desde antes ya hacia “algunas cosas”, aunque no siempre por dinero. Llegó a Monterrey para trabajar en una agencia, pero después decidió hacerlo de manera independiente. Recién llegado se acercó a la organización Acción Colectiva por los Derechos de las Minorías Sexuales A. C., pues tenía dudas sobre el VIH/sida.
Tras colaborar en sus ratos libres con los activistas y voluntarios decidió iniciar su propia organización, Colectivo de Hombres en Acción Comunitaria, enfocado a las labores con grupos de trabajadores sexuales, única en América Latina e integrante de la Global Network of Sex Work Projects.
El primer cambio se suscitó en la sala de masajes donde trabaja y acuden decenas de clientes. Bernardo y Víctor coinciden que la mayoría de ellos van de manera clandestina al lugar, lo cual facilita que utilicen condón cada vez que requieren un servicio. Así, en cada una de las seis salas de masaje del lugar se colocó una mesa con condones, lubricantes y folletos informativos sobre el VIH y otras infecciones de transmisión sexual. “Algunas veces los clientes los toman y se los llevan, otras los leen mientras esperan a su chico”, refiere Bernardo.
Mientras platicamos, una música suave y relajante disfraza nuestra voz. El ambiente es cordial y amigable. Los chicos aguardan a los clientes. Ninguno acepta hacer un servicio sin protección.
Baños Oasis
“¿Estás ahí, güey? No te muevas, ya llego”, dice Víctor por teléfono mientras acelera el paso de su camioneta. No quiere que los “chicos” del centro de Monterrey comiencen a trabajar sin condones. En determinado momento prescindirán de ellos si no los tienen a la mano y si el cliente les convence tendrán relaciones “a pelo”.
La camioneta frena en una esquina, aparentemente solitaria, dos hombres musculosos se acercan. Saludan rápidamente, recogen los condones y se pierden en la oscuridad. Su preocupación es que el día está flojo para ser sábado, por lo que irán a otros lugares. Uno de ellos es nuevo. Tiene 23 años y se niega a revelar su nombre. Pregunta cada cuándo puede acercarse a la zona centro de la ciudad para recoger condones. Él trabaja en los municipios conurbados. Víctor le da su teléfono.
Algunas cuadras más adelante el rodar de la camioneta se detiene a la entrada de un callejón con olor a orines, oscuro y en aparente calma. A media cuadra, el letrero de Baños Oasis rompe con la oscuridad. Un cuarto iluminado con luz de neón, una rocola y una barra de bar vacía dan la bienvenida. Al fondo, unas escaleras invitan a subir a las duchas. A medio camino, una puerta negra conduce a una terraza. A todo volumen retumba el verso con música de banda: “Dices que ya no me quieres cabrona… eso yo ya lo sabía… ya no me fío en tus quereres cabrona… que era lo que yo quería”.
Varias parejas de hombres bailan en una pista improvisada. Más al fondo, un área con mesas y sillas de plástico sirve para que los chicos, alrededor de 15, convivan con sus posibles clientes. Se sirven cervezas heladas y carne asada. De manera disimulada, tras unos tragos, algunas parejas se van al área de privados. La visita es rápida. Falta el último punto, el más concurrido y donde se alcanzan a repartir más de 500 cajas de condones la noche del sábado, otorgadas por el Proyecto del Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria.
El lugar que nunca cierra
La cumbia y la salsa se detienen por unos segundos para recordar a los asistentes que cerca de la pista de baile o detrás de las bocinas se dan condones y lubricantes para “prevenir las enfermedades venéreas”. El sonido local lo repite dos o tres veces y finaliza con el imperativo “cuídense”. De inmediato continúa la música con la melodía “Simón”, del salsero Willie Colón, que narra la historia de un joven migrante travesti que muere a causa del VIH. La pista se colma de nuevo.
“Despeinada”, “Pelo Suelto” o “Escándalo” son las canciones de fondo en este lugar cuyos anuncios de cerveza, inmortalizados en el imaginario de las y los mexicanos durante el mundial de fútbol en 1986, aún cuelgan en las paredes. Aquí se evade la violenta realidad latente en la capital neolonesa.
Un vaquero baila con tres hombres a la vez. Una pareja de chicas se besa y baila con el transfondo de éxitos salseros de los años 90. En otro espacio, un chico con una botella de cerveza de un litro se comienza a desprender de sus ropas frente a su pareja. Al fondo, mujeres trans esperan a sus “visitantes” para ingresar al área de los privados. Una pareja de hombres fornidos, altos y con visible musculatura, baila en el escenario donde minutos más tarde las transexuales presentan su show.
“El Jardín” o “El Guateque” ayudan a los asistentes a olvidar la realidad de la capital estatal, en la que se han registrado 53 crímenes de odio por homofobia en los últimos 10 años. En Monterrey se reporta 2.8 por ciento del total de los casos de VIH en el país pero no tuvo un Centro Ambulatorio de Prevención y Atención en Sida e Infecciones de Transmisión Sexual sino hasta 2009. Aquí todos pueden expresar sus distintas maneras de amar sin restricciones.
“Venimos a divertirnos, ¿no?”, dice un chavo con rostro infantil que baila lo mismo con hombres que con mujeres. Desfila de mesa en mesa para conseguir pareja de baile. De manera similar algunos asistentes buscan clientes para venderles minutos de sexo y placer, puede ser en el baño o en otro lugar, no importa.
Allí acude Víctor casi todas las noches. Si termina temprano se irá a casa a las cinco de la mañana. En esta ocasión no ofrece sus servicios sexuales. Está ahí para repartir condones y contribuir a erradicar la pandemia en uno de los sectores más difíciles de alcanzar: el de los hombres que tienen sexo con hombres, sin asumirse como gays u homosexuales.
La realidad es transparente. Muchos de los asistentes, con sombrero, botas y texana, jamás reconocerán fuera de este espacio su gusto por personas de su mismo sexo. Tendrán relaciones sexuales y se olvidarán del asunto hasta el próximo fin de semana, salvo alguna escapada en días laborales; el lugar nunca cierra. Muchos de ellos buscan específicamente a hombres que ejercen el trabajo sexual.
Víctor conoce a los chicos que venden su cuerpo y sabe que casi todas las noches son tentados a ganarse unos 100 pesos más si no utilizan condón durante las relaciones sexuales. La oferta es tentadora pues en lugar de 200 pesos se pueden llevar 300 y que además les inviten una cerveza o cualquier otro trago.
Desde hace tres años se les ha acercado y platicado con ellos. Al igual que en su casa de masajes, los baños El Oasis o sobre la misma calle, les explica que las verrugas genitales, las infecciones como la sífilis, la gonorrea y el VIH no son consecuencia del trabajo sexual, puesto que se pueden prevenir con el uso del preservativo.
Para Víctor, a muchos chavos dedicados al “negocio” les falta orientación. “Tienen que estar conscientes de que es un trabajo, que su tiempo se les debe pagar, que no tienen por qué correr riesgos de salud y que no está a capricho de un cliente”, pero sobre todo, mediante manuales y talleres impartidos en su sala de masajes, concientiza a los interesados de que “100 o 200 pesos más por coger sin condón te pueden costar daños irreversibles a tu salud”.
*Publicado en el número 191 del Suplemento Letra S del periódico La Jornada el jueves 7 de junio de 2012.