Calderón mira desconcertado para todos lados, buscando al responsable de tal grito, cuando de repente ve a un loro en la ventana de una casa.
Enojado, decide tocar la puerta de ésta, al abrir la dueña de la vivienda, el presidente disgustado, le dice que pasará a la mañana siguiente y espera que el loro no vuelva a decir eso.
La señora preocupada, va a la parroquia cercana y el cura, al conocer el caso, le cambia a su lorito por el de él, que sólo sabe rezar.
Al día siguiente, Calderón decide regresar por la misma calle y observa que el loro no dice nada, por lo que, enojado, le recrimina al ave:
-¿Qué, no vas a decir “Que se muera el presidente”?
-Y el loro del sacerdote le contesta:
-¡Que Dios te oiga, hijo mío, que Dios te oiga!