23-11-2024 12:43:45 AM

Reprobada I

Temblando de nervios y con la mirada perdida, sostuve el examen entre mis manos, ignorando el tremendo bullicio a mí alrededor causado por el repiqueteo de la chicharra de salida y los demás alumnos saliendo a toda prisa, sin poder creer lo que me estaba sucediendo?

“N-no puede ser? ¿Reprobada?” Pensé, y la sola palabra se me hacía inverosímil.

Me lo repetía una y otra vez, con la esperanza de que quizás esto fuera solo una pesadilla de la cual me despertaría en cualquier momento, pero no? El enorme 5 marcado con un escandaloso color rojo en la primer hoja del examen no dejaba lugar a dudas de que esto era muy, muy real.

Y con esta humillante calificación mi destino era aun más oscuro y cruel: Repetir el año.

“¡¿Pero cómo puede ser posible?! – Me dije sumergida en un profundo shock – Si he presentado todos los trabajos a tiempo, y en las demás clases mi promedio es excelente. ¡Tiene que haber un error! Si, seguramente solo es eso. Hablaré con el profesor y todo se arreglará. No pasa nada.”

Sin poder contener mi ansiedad me levanté de mi asiento y fui hasta donde el profesor del curso, Héctor, seguía revisando unos papeles, a la vez que los últimos de mis compañeros salían del aula, dejándonos en el más absoluto e incómodo silencio.

“¿P-profesor?” Pregunté con cierta timidez.

“Dígame, Claudia, ¿Qué desea?” Me respondió sin levantar la mirada.

Dudé antes de decirle algo, sintiéndome muy intimidada por su presencia, ya que Héctor no era el típico profesor de escuela. Para empezar, solo tenía 38 años y parecía un dios de de piel de ébano, con un rostro viril y exóticos ojos verdes, y un físico poderoso marcándose debajo de su camisa blanca y pantalón negro, lo que aunado a su personalidad intelectual y misteriosa nos traía a todas las chicas de la escuela prácticamente locas por él.

Pero el problema era que también era increíblemente estricto, y sus exámenes siempre nos causaban terror.

“E-es que? -Busqué las palabras adecuadas para expresar mi situación. ? E-en mi examen hay un 5 y? y-yo? yo creo que es un error.”

“No hay ningún error, señorita Claudia ?Me respondió en voz baja ?No estudió y eso se notó claramente en su examen, por lo que lamentablemente tendrá que repetir el año.”

“N-no, mire, lo que pasa e-es que?”

“No hay excusa que valga ?Dijo Héctor con cierta exasperación mientras dejaba a un lado un fajo de papeles y me miraba a los ojos. -El examen no miente.”

“N-no, profesor, mire, debe haber un error porque yo?”

Pero Héctor me ignoró y volvió a sus asuntos, con una actitud como si yo fuera la cosa más irritante del mundo, y entonces apreté las manos sin saber qué hacer, casi al borde de las lagrimas.

“P-profesor, por favor?”

“Mire Claudia, -Héctor respondió poniéndose aun más serio -¿No tiene algo mejor que hacer? Tengo que revisar muchos documentos, si no le importa.”

Me mordí los labios con nerviosismo, pero sabía que repetir el año no era una opción para mí, por lo que con verdadero pavor le dije casi murmurando: “P-profesor, y-yo? e-estoy dispuesta a hacer lo que sea para pasar el año.”

En ese momento Héctor dejó de escribir, y con toda la calma del mundo me respondió: “Claudia, ¿Está usted segura de lo que está diciendo?”

“S-si profesor?”

“Por favor cierre la puerta del aula”

Rápidamente obedecí, y en un segundo ya estaba de nuevo frente a él, pero noté que se había acomodado en su silla en una postura un tanto más relajada, mientras me observaba de los pies a la cabeza. “Se lo repito ¿Está segura de lo que acaba de decir?”

Asentí ligeramente sin atreverme a mirarlo.

“Muy bien. Entonces quítese el uniforme.”

Oír eso fue como sentir un latigazo de calor por todo mi cuerpo, e inmediatamente mi respiración se aceleró visiblemente, cosa que Héctor notó al instante.

“P-profesor, yo?”

“Claudia, no tengo tiempo para juegos ?Dijo Héctor con seriedad. -Si no se atreve, por favor no me haga perder mi tiempo. Puede retirarse.”

“N-no, yo? lo haré, pero? me da pena.”

“Tiene 10 segundos para hacer lo que le pedí.”

“P-por favor, yo?”

“Uno? dos?”

Apreté las manos con impotencia sintiéndome atrapada, pero el tiempo seguía corriendo, por lo que con toda la prisa del mundo me desabotoné la camisa blanca del uniforme y me la quité junto con la corbatita que nos hacían usar, y enseguida me quité el bra, dejando mis pequeños pechos al descubierto. Entonces agarré mi faldita negra y de un jalón la bajé al suelo, pero cuando llego el momento de quitarme las panties no pude evitar dudar?

Pero sabía que no tenía otra opción, por lo que, reuniendo todo mi valor las fui deslizando hacia abajo poco a poco por mis piernas hasta dejar mi intimidad completamente expuesta ante Héctor, el cual sonreía con la misma actitud de un lobo al ver una indefensa ovejita.

“¿Quién lo diría? -Dijo Héctor con una sensual expresión – ¿Que debajo de ese atuendo de colegiala inocente estaba una mujercita con un cuerpo tan delicioso?”

“G-gracias. -Respondí titubeante, pero sin poder ocultar una tímida sonrisa. -¿M-me quito también las medias negras y los zapatos?”

“No, lo prefiero así. Pero ahora, Claudia, quiero que se suba al escritorio de rodillas, mirando hacia mí.”

Obedecí sin replicar y en un segundo ya estaba con mis rodillas apoyadas sobre la fría superficie de madera, con el cuerpo ligeramente arqueado maximizando el efecto de mis esbeltas formas, y mis senos mostrándose como tiernos frutos que todavía no alcanzan la madurez, todo eso mientras me mordía nerviosamente el labio y apretaba mis manos, tan apenada por estar expuesta de esa manera que ni siquiera era capaz de sostenerle la mirada al profesor Héctor.

Pero él sólo me observaba en silencio, complacido ante la exquisita visión sensual que mi delicado cuerpo le proporcionaba, seguramente imaginando mil y una formas en las que me sometería a su antojo.

Hasta que de repente se levantó de su asiento, y con actitud dominante deslizó su mano por mi nuca y me acercó hasta su boca para besarme agresivamente, con su respiración quemándome el rostro mientras su lengua entraba posesivamente en mi boca, como una intrusa que, sin ser invitada, se servía a su antojo y se enredaba grotescamente contra mi propia lengua, arrancándome tiernos gemidos que no dejaban lugar a dudas de que mi inexperto cuerpo estaba más que dispuesto a someterse y a obedecer lo que él me exigiera. “¡Mmfm? aah? He-Héctor?!”

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