18-04-2024 09:28:22 AM

Mi ex nuera III

Realmente la vida nos propone cosas muy extrañas, situaciones para las que uno no siempre está preparado. Pero el ser humano tiene una gran capacidad de reacción y adaptación para superar éstas y otras situaciones por raras que nos parezcan, Seguramente por eso, cuando mi nuera me llamó al día siguiente alegando que debía verme urgentemente, yo no me negué. Tenía la sensación de que, sin pretenderlo, estaba aceptando, en cierto modo, sus “inconfesables” pretensiones. Parecía como si, inconscientemente, yo accediese a aquello que para ellos eran tan normal y que tanto deseaban.

Nos citamos en una discreta cafetería y a la hora acordada nos encontramos en una apartada mesa de aquel local.

-“Hola, papi”, (fue su saludo). ¿Papi?; Nunca me había llamado “papi”. Siempre me decía “suegro” o “papá”. Ese “papi” sonaba como a guasa y cachondeo en sus labios… Yo la miraba una y otra vez y, ¡Dios!; era realmente hermosa. Pero, era la esposa de mi hijo. ¿Nos habíamos vuelto locos…?. Algo que yo no podía controlar se estaba apoderando de mi voluntad; la estaba deseando realmente y no podía evitarlo. Además, el sentimiento negativo de culpabilidad iba adaptándose a una nueva realidad; ya no la veía como mi nuera, sino como una mujer hermosa, a la que sentía unos deseos ardientes de hacerle el amor, de disfrutar con ella y sentir sus apasionados besos. Y, debo ser totalmente sincero: cada vez me importaba menos que fuese tan joven; que pudiera ser mi hija y, lo que era mas grave aún, que fuese la esposa de mi hijo.

Estos sentimientos encontrados de lujuria y pasión, contrapuestos con la realidad innegable de una relación filial, iban dejando paso, de una manera salvaje y brutal, a los más bajos instintos de placer del ser humano. Cada vez me importaba menos el pensar que, en esa parte de su anatomía donde se solía alojar el pene de mi hijo, ahí entraría también el mío, ocupando un espacio que únicamente a él pertenecía. Pero, contrariamente a lo que días atrás me decía la razón, un deseo incontrolado de lascivia se había apoderado por completo de mi voluntad. Y no dejaba de pensar que en un plazo muy breve, aquellos deseos contenidos, se harían realidad. Porque yo realmente la deseaba.

Sólo había algo a lo que, pese a todo, no había conseguido superar y aceptar; Mi hijo iba a participar con nosotros en aquellos encuentros. Y esa decisión fue acordada por ambos; Mi hijo y su mujer. Eso ya superaba todo lo imaginable, es decir; mi hijo no sólo estaba admitiendo que era un cabrón, sino que, por si esto fuera poco, aceptaba que fuera yo, su propio padre quien se follase a su mujer y, encima, haciendo un trío sexual con ellos.

Cuando, después de todos estos años, pienso en todo lo sucedido; en cómo me convencieron para entrar en aquel juego de locos y pirados, son otros sentimientos muy distintos los que se agrupan en mi mente, y tengo la sensación de que lo que ayer estaba tan mal, hoy lo disculpo, lo comprendo y hasta lo acepto. Y, aunque me da mucha vergüenza confesarlo, recuerdo con cierto morbo aquella experiencia tan tremenda.

En ningún momento mi hijo y yo mantuvimos ningún tipo de conversación, ni veladamente, acerca de todo este asunto. Se suponía que ella era la interlocutora entre ambos y, todo lo que la muchacha acordase con el uno y con el otro, era lo que se haría exactamente. Ella tomaba las decisiones; ella fijaba el momento y el lugar; ella exigía las condiciones que debían concurrir en cada momento y, hasta los límites más insospechados, correspondían a la decisión unilateral de ella. Ella nos manejaba a su entera voluntad y nosotros, como dos sumisos perritos falderos, nos dejábamos manipular. Parecía como si ella estuviese ejerciendo una malévola influencia sobre nuestra voluntad; Voluntad que ella manipulaba con extraordinaria habilidad.

Ellos habían fijado el día primero de julio, domingo, para el primer encuentro. Digo primero, porque luego habría más. Aprovechando que su madre se tenía que ausentar para visitar a sus padres, ellos habían planeado nuestra reunión en un hotel de parejas situado a unos pocos kilómetros de la ciudad. Un estupendo y discreto complejo de bungalows para intercambios y parejas, en el que nadie se encontraba con nadie, pues casa uno de los apartamentos tenía la entrada por un sitio diferente. Dentro había toda clase de lujos y detalles: Jacuzzi, una amplísima cama redonda, bar, un gran televisor; circuito cerrado de TV, donde los “protagonistas” podían ver y grabar sus propias escenas…, Sobre el techo de la cama, un enorme espejo reflejaba aumentado todo lo que sucedía en la cama,

Aquella gran habitación contenía todos los ingredientes necesarios para una loca noche de amor, pasión y desenfreno. Mi hijo, como queriendo crear un ambiente distendido, encendió el equipo de música, donde se podían escuchar unas baladas muy sugerentes. Nos ofreció una copa a Susana y a mí, y él mismo se sirvió un whisky con hielo. Yo, por temor a no dar la talla, iba preparado con un par de viagras, una de las cuales me tomé al instante para que fuese haciendo su efecto.

Pero, posiblemente no hubiera hecho falta, porque, cuando Susi, que había entrado al baño, regresó llevando puesta aquella prenda que tanto me había disgustado aquel día, mis más bajos instintos comenzaron a decir “aquí estoy yo”. Yo sentía, por más que quería evitarlo, cómo mi verga iba adquiriendo una nueva dimensión. Parecía pedir a gritos que la sacara de allí.

Ninguno de nosotros decía nada; sólo mi hijo, de vez en cuando, se acercaba a Susana con inocentes manifestaciones de cariño, al tiempo que me animaba a ponerme más cómodo. Él ya se había despojado de la camisa, quedando únicamente vestido de cintura para abajo. Yo entré al baño y me desnudé, quedándome solamente con mi boxer; el más intuitivo y sugerente de los que tenía, que hacía que mis atributos masculinos queden extraordinariamente marcados y evidentes.

Cuando salí, mi hijo me hizo señas para que me acercara a la cama. Poco a poco, mi propia excitación iba haciendo que abandonase mis inhibiciones y fuese entrando en aquella espiral de lascivia. Recordé entonces algo que había encontrado casualmente en uno de los cajones en casa de mi hijo, cuando buscando algo con qué escribir, me topé con un enorme consolador de látex estimulado por pilas, cuidadosamente guardado en su envoltorio original. La imagen de aquella verga descomunal, perfecta imitación hecha a escala, de un auténtico falo humano, me había estado martilleando la cabeza, intentando comprender su verdadera utilidad. Ahora comprendía cual era mi papel en todo este juego; Mi nuera era ninfomana y necesitaba constantemente sentir una buena polla dentro de su vagina. Y no sólo ésto; Creo que necesitaba algo más, tal vez sentir una verga en cada íntima cavidad de su cuerpo. Pero ya no se conformaba con aquel consolador que un día me encontré; necesitaba mucho más, y, ¿quién mejor que yo para cubrir esta necesidad?. Ellos sabían perfectamente que nunca delataría a mi propio hijo. Todo quedaría en la más estricta intimidad y los secretos de sus bajas pasiones estarían bien guardados. Ahora lo entendía todo y esa clarividencia hacía que, el rechazo inicial que yo sentí cuando mi nuera me propuso aquellos juegos tan lujuriosos, fuese poco a poco asimilado y aceptado en lo más íntimo de mis principios morales. En mi mente se asentaron en un momento unos sentimientos mucho más permisivos, imaginando que con mi participación, no sólo podía ayudarlos a realizarse como pareja, sino que estaba contribuyendo, de algún modo, a una posible recuperación de la mujer de mi hijo.

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