Nada nos sorprende ya de la mafia que opera al interior de la Secretaría de Salud.
Compras fantasma, extorsión a proveedores para el cobro de sus cheques, sobreprecio en la adquisición de diversos productos y servicios, empresas consentidas que en contubernio con estos nefastos capos modernos le dan forma a negocios millonarios, y ahora, la cereza del pastel, miles de medicamentos que, en lugar de ser entregados a los correspondientes centros de salud para su aprovechamiento, duermen el sueño de los justos en bodegas de la dependencia.
Sobra decir que la mayoría, por las condiciones en las que fueron almacenados, están hoy inservibles o en su defecto ya caducaron.
Traduzca esto a dinero y se dará cuenta de que se trata de millones de pesos tirados a la basura.
Lo anterior, en el contexto de las constantes denuncias de desbasto y falta de medicamentos en clínicas del sector que operan sobre todo en comunidades con un muy alto grado de pobreza y marginación.
Increíble.
Una interpretación inocente, candorosa e ingenua de lo anterior supondría que algún idiota incompetente es el responsable de semejante omisión y que, por fallas de logística, todos estos valiosos medicamentos, comprados con el dinero de los contribuyentes, no fueron entregados en tiempo y forma a quienes de verdad los necesitan.
Nada más ajeno a la verdad.
Se trata en realidad de una estrategia que ha funcionado como relojito desde el inicio del sexenio y que consiste, entre otras cosas, en mantener intencionalmente el desbasto en clínicas y hospitales, con el objetivo de “justificar” compras millonarias recurrentes a proveedores consentidos, quienes por debajo del agua entregan jugosas comisiones a los responsables de la asignación de tan atractivos contratos.
Aparentemente, no hay nada irregular.
Se identifica una necesidad, se genera la requisición correspondiente, se elige al proveedor, se realiza la compra, el medicamento ingresa a los almacenes, pero con el pequeño detalle de que no se entrega en su totalidad a los destinatarios.
Así, pasan las semanas, las medicinas se vuelven inservibles y después, en operativos nocturnos se vacían las bodegas para recuperar el espacio de almacenaje original, se tira a la basura lo previamente comprado y así, se vuelve a empezar.
Impecable ¿no?
El problema es que alguien no hizo lo que tenía que hacer o tal vez se fue de la boca.
El tema se filtró a los medios, las bodegas se abrieron, quedó evidencia documental y gráfica del material echado a perder ya la dependencia no le quedó más remedio que tragar sapos y prometer que “iban a tomar cartas en el asunto”.
El pasado 16 de abril, Status Diario publicó un reportaje realizado por Alejandro Mondragón en donde se denunciaba un desfalco de más de 163 millones de pesos a través de compras fantasma realizadas para “encubrir irregularidades consignadas en pliegos de observaciones realizados por auditorías externas”.
Uno de los cuestionamientos centrales de esta investigación giraba en torno a por qué, a pesar de las supuestas compras, faltaba medicamento y materiales diversos en buena parte de las clínicas operadas por la secretaría.
Ahora se entiende ya el por qué.
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