Dos retos importantes tiene en sus manos el nuevo Secretario de Salud en el estado: Primero, resolver el gravísimo problema de desabasto de medicamentos y la falta de profesionalización de buena parte del personal de salud que presta sus servicios en clínicas que operan en zonas rurales.
Después, desactivar un muy lucrativo negocio que operan quienes, desde el inicio del sexenio, se incrustaron como un auténtico cáncer al interior de la dependencia y controlan todo, absolutamente todo lo que tiene que ver con los recursos que desde ahí se manejan.
Tal parece que Arango ya dio el primer paso para lograr lo anterior: pedirle la renuncia a Leopoldo Eusa de la Dirección de Operación e Infraestructura.
Pero ¿cómo?-se preguntará usted.
¿No se supone que este personaje tenía ya meses fuera de la secretaría?
El pasado 21 de abril esto le declaraba a los medios de comunicación: que era un hecho el despido de Eusa, no por el desfalco de 163 millones de pesos que en su momento documentó Status Diario a través de la compra fraudulenta de medicamentos y otros insumos, sino porque “no pudo mejorar los indicadores de desempeño de su área”.
Sí, como no.
Lo que pretendió en el discurso ser una salida digna para uno de los funcionarios más cuestionados de la actual administración, que inclusive es investigado por la propia Auditoría Superior de la Federación por presuntos actos de corrupción, al final no fue más que una farsa.
Eusa seguía ahí, tan campante como siempre, hasta hace una semana, cuando de plano la farsa no resistió más.
¿Y qué ha pasado con aquel individuo que, en teoría, iba a sustituir a Eusa?
Su llegada se anunció con bombo y platillo.
Se le vendió como el salvador del poco prestigio que le queda a una secretaría que, desde el inicio del sexenio, ha navegado en un mar de corruptelas que la han convertido en un auténtico foco rojo para la administración de Mario Marín.
Este súper hombre tendría la capacidad de desmantelar a la mafia que opera al interior de la dependencia y de la que el propio extitular, Antonio Marín, se decía víctima.
Se llama Francisco Javier Narro Robles, es arquitecto y, en teoría se desempeña como Director de Planeación y Programación de la secretaría.
Y escribo, en teoría, porque lo cierto es que nadie sabe realmente si Narro está o no está trabajando en la SSA.
Si la respuesta es afirmativa, pues sin duda se trata de otro patiño más que se contrata para intentar vender mediáticamente una aparente intención de limpiar todo el cochinero que desde hace años se ha institucionalizado en la asignación de contratos a proveedores, sus respectivos pagos, los programas de mantenimiento de equipo y la compra de medicamentos, papelería y consumibles, entre otros.
Todo parece indicar que se trata de un síntoma más del mentiroso gatopardismo oficial, ese que ensaya cambios de forma para que el fondo permanezca exactamente igual.
En realidad, hasta hoy, nada ha cambiado.
A pesar de los oficios y declaraciones optimistas sobre una supuesta cirugía mayor, los personajes oscuros que han operado, operan y operarán, por lo menos hasta el término del sexenio, ésta muy rentable estructura paralela que trabaja por debajo del agua y genera muy atractivas ganancias monetarias para los capos que la controlan.
Ahí está el reto mi querido Alfredo.
¿Hay los tamaños, o no?