Le digo nena, porque es la hermana menor de mi pareja. Es una mujer con ese toque sensual que algunas mujeres tienen. Es tímida y hasta retraída, pero a mí, algo en ella me indicaba que era puro fuego.
Nos vemos solo de paso y en pocas ocasiones, pero siempre que nos encontramos, cuando posa sus ojos sobre mí, siento esa sensación de atracción mutua. Sabía que ella, por sí misma, nunca tomaría la iniciativa; por ser hermana de mi pareja y ser de familia tradicionalista pero, también, algo me decía que todo podía pasar.
Cada vez que nos vemos, no puedo evitar clavar mis ojos en sus preciosas y firmes nalgas; en esa cintura perfecta para agarrarse al ser cabalgado; en esos senos turgentes y sugestivos y en esa boca de labios gruesos como hechos para besar sin recato; en esos ojos grandes y de mirada intrigante. Esa mirada que parecía decirme: Me da pena, pero quiero que me hagas tuya.
Y el juego comenzó hace unos días. La encontré por casualidad en la calle y al saludarla, en vez de decirle nena, como siempre, le dije:
-¡Hola, niña! -con intención un tanto despectiva y para comprobar su reacción. Necesitaba confirmar que mis suposiciones eran más que eso.
-¿Niña? Jajaja… -me contestó con ligero tono de disgusto.
Su respuesta fue suficiente para mí.
Días después, al encontrarnos en su casa procuraba hacer cualquier cosa para darme la espalda y caminar dando un meneo sugestivo a sus caderas. ¡Qué rico se movía! Lo hacía como diciéndome con sus nalgas: ¡Mírame! ¡Cómeme! ¡Tómame ya! ¡Anímate!
Y un día, por esas circunstancias maravillosas con las que la vida me premia constantemente, salimos ella, mi pareja y yo a tomar y bailar a un antro; como mi pareja no baila, me pase la noche bailando con ella, y aprovechando cualquier momento para tocarla discretamente en la pista de baile, con ligeros apretones y repegadas al ritmo de la música, movimientos, que solo ella podía notar que eran mas allá de lo normal.
Como su hermana, que es mi pareja, estaba presente, yo no veía respuesta firme de ella. Y no sabía qué esperar. Decidimos sentarnos pues yo ya estaba escurriendo sudor por el baile y mis intentos cachondos. Fue entonces, cuando ella me dio la primera señal de respuesta y tomándome de la mano, me jaló mientras decía con voz entre suplicante e insinuante:
-Vamos a bailar…
Eso es lo que más me gustaba de ella, ese lenguaje casi sin palabras con el que nos seducíamos. Miradas, toqueteos en el baile, movimientos corporales con los que nos comunicábamos las ganas.
La farra terminó en el antro, pero decidimos ir a un hotel y seguir tomando. Mi pareja es de esas que duermen como troncos en su juicio y ya con alcohol en su sistema queda como muerta, cosa que no tardo en pasar.
Mientras mi pareja, literalmente, roncaba en una de las camas, mi nena y yo jugábamos dominó de prendas en la otra cama. Nos rozábamos las manos al jugar, nos mirábamos como esperando que el otro diera un paso más allá y a la vez esperábamos a que su hermana cayera más profundamente en el sueño.
El deseo se podía respirar, casi lo saboreábamos, ya nos estábamos haciendo el amor sin tocarnos todavía. Las prendas fueron desapareciendo y ella quedo en top y bóxers y yo solo en bóxer. De repente, se paró, apagó la luz y se acostó. Sólo se filtraba una tenue iluminación del tragaluz de la recamara.
Yo no estaba muy seguro de lo que significaba su acción, pero como estaba medio ebrio y con ganas me pasé a la cama de mi pareja y comencé a hacerle el amor y a penetrarla con cierta violencia, pero mi pareja solo medio gemía entre sueños. Esto, lo hice con la intención de que mi nena me escuchara y se diera cuenta que no me interesaba su desdén. Esto formaba parte de nuestro constante juego.
Cuando comprobé que mi pareja no reaccionaba, me retiré de su cuerpo, salí de su cama y me acosté en la cama de nena, pasando intencionalmente por encima de ella, mientras me detenía lo justo, para restregarle mi pene erecto a la altura de su sexo y sobre las cobijas.
Ella aparentemente estaba ya dormida, pero yo estaba ardiendo, literalmente ardiendo, con tantas ganas acumuladas que me hacían atarantarme. Y así, comencé a chupar esos labios gruesos, como tantas veces lo había hecho en mis fantasías.
Fue exquisito degustar esos labios carnosos, húmedos, con un sabor fresco, intenso. Lamía delicadamente su labio superior y luego me bajaba al inferior para chuparlo como un bebe al seno de su madre. Mi mano derecha, recorría su vientre con la punta de los dedos, de arriba abajo y de abajo arriba hasta llegar, poco a poco, hasta su vagina estrecha, abultada, caliente y ¡¡¡HUMEDA!!! Lo que me indicó, que dormida o no, lo estaba disfrutando.
Yo, seguía chupando esos deliciosos labios y recorriendo su vientre, apretando gentilmente su vagina, hasta que deslicé la palma de mi mano dentro de su bóxer y recorrí mi dedo entre sus labios vaginales húmedos y calientes como mis ganas.
Sus labios seguían sin responder a mis candentes besos, pero sus piernas se abrieron ligeramente para dejar hacer a mis dedos.
Parecía seguir dormida, no podía sacarle el bóxer, así que de un jalón lo arranqué, rompiéndolo por los lados y me bajé a chupar, con la misma intensidad, esos otros labios. ¡Qué sensación! Mis labios estaban ardiendo, pero los de su vagina eran puro fuego y a la vez sus fluidos eran calientes, de un sabor muy ligero, metálico y salado.