El día pintaba perfecto, eran las 6:00 P.M. y me dirigía a mi casa, pues la noche que me esperaba iba a ser larga.
Acababa de recoger el carro de casa de mi amigo. Era el día de mi cumpleaños y mi chava quería darme una sorpresa. Pasé a su casa puntual y salió una mujer guapísima, o eso creía yo. Subió al carro y nos besamos algo rápido, por el “qué dirán”. Ella es una mujer más grande que yo, tiene 27 años, ojos hermosos y una sonrisa encantadora que sin lugar a dudas es lo mejor que tiene. Yo, acababa de cumplir mis 19 y me sentía volada con una mujer mayor.
Llegamos al centro de la ciudad, paramos en una tienda para comprar alcohol y nos fuimos hacia un motel. El sitio no era lo mejor del mundo pero podíamos estar solas un rato. Comenzamos a beber las anheladas cervezas. Éstas empezaron a hacer su efecto y me llené de calor así que me quite el suéter, y ella comenzó a verme de una manera incómoda. Nos besamos un largo rato, pero para mi sorpresa no era nada agradable. Entonces sonó su teléfono, no eran buenas noticias, así que por suerte divina no paso nada más esa noche.
La dejé en su casa entes de que sonaran las campanadas de cenicienta, “Que bonito cumpleaños” pensé, al tiempo que sonaba mi celular. “Jose” decía la pantalla.
-Feliz cumpleaños muñeca, sabes que las últimas serán las primeras.
-Hola bebé, gracias por acordarte.
-¿Cómo crees que se me iba a olvidar?, si sabes que solo vivo para ti…
-Jajaja, ¿Estás en casa?
-Aquí te espero.
Colgué el teléfono y me dirigí a su casa. Cuál va siendo mi sorpresa al descubrir que la persona que me habría la puerta no era Jose, si no su madre.
-Señora Luz, ¿Está Jose?
-Sí, pero ¿No crees que es un poco tarde?
-Es mi cumpleaños y…
-Siempre tienen excusas, pero pasa, no puedo dejarte afuera. Deja le digo que ya llegaste.
-Gracias.
Ella bajó, me sonrió y me tomó de la mano para ir a su cuarto. Jose era mi ex, habíamos durado tanto tiempo… pero las cosas no habían salido bien para ambas. Ella es morena y posee una cara de ángel con unos ojos miel que no se de dónde los sacó, tiene unas piernas largas y bien torneadas que enmarcan su culito espectacular, pero lo mejor sin lugar a dudas son ese par de senos tan duritos y deliciosos. Deberían de verla, es una maravilla.
Llegamos a su cuarto y cerramos la puerta, se agachó debajo de su cama y sacó un “ladrillo” y una pipa que rápidamente llenó con el contenido del primero, así sin más comenzó a fumar. Sacó otra pipa y me la dio “Aquí tienes tu regalo” me susurró al oído. Salimos al balcón y comenzamos a platicar, pero pronto esa plática se convertiría en risas que ya no podíamos controlar, cerré los ojos y me envolvió el silencio, los abrí lentamente, pero en la habitación sólo estaba yo.
Sentí unas manos abrazándome por la espalda y un escalofrío recorrer mi piel, sus manos me rodeaban y una de ellas acariciaba mis senos mientras su boca se apoderaba de mi indefenso cuello. Mentiría al decir que tenia la situación bajo control, ella me dominaba de pies a cabeza, me volvía loca cada movimiento de su cuerpo y no dejaba de susurrarme cuánto me deseaba.
-¡Basta!, tu madre está en casa.
-Como si te importara, -decía entre suspiros cerca de mi oído- siempre que ella está, tus orgasmos son más intensos y prolongados, te excita el saber que otros te escuchan.
-No puedo, para ya… me encantas… pero… tengo chava.
-¿Te importa?, si así fuera, no estarías aquí conmigo.
Me volteó hacia ella y comenzó a besarme de esa forma que tanto me excita, mordiendo mis labios, comenzó a desabrochar mi blusa y ahora mis pensamientos volaban más que antes.
Me arrojó sobre la cama, apagó la luz del balcón y dejó a media luz la lámpara de su cuarto, se acerco a mí, y yo no podía dejar de observarla. Cada movimiento de ella me prendía aún más y Jose lo sabía. Se posó sobre mí y comenzó a retirar lentamente su blusa, poco a poco comenzaban a verse ese par de monumentos… perfectos… Como era su costumbre, no llevaba sostén, eso me daba una vista espectacular.
-¡Cómelos!, son tuyos – me ordenó, así que no me quedó más que obedecer su petición. Comencé despacio a morderlos, a jalarlos, tocarlos, comerlos, chuparlos, era una maravilla tenerlos en mi boca, primero uno y luego el otro, dios, era maravilloso. Volteé a verla, su mirada se encontraba perdida y me abalancé sobre su cuello. Murmuraba cosas, no entendía bien qué, pero tampoco me importaba.
-¡Cógeme!, extraño ser tuya… me encantas- balbuceaba mientras recorría su espalda con mis manos-.
– Dime que eres mía.
-Soy tu putita, haz conmigo… lo que quieras…
Como loca y aprovechando la posición que tenía, comenzó a frotarse contra mí, su respiración estaba a mil. Desabroché su pantalón, metí mi mano hasta tocar sus nalgas, las apretaba, eran mías, y con ellas controlaba sus movimientos. Ella por su parte me besaba el cuello, procurando dar unas pequeñas mordiditas en él y me abrazaba, rasguñando mi espalda, cosa que me calentaba demasiado.
-Por favor – me suplicó- hazme tuya… no aguanto más…
Como pude me deshice de sus pantalones, así que sólo la cubría un pequeño bóxer de encaje color negro, me acerqué a su vientre para darle unas pequeñas mordiditas, como a ella le gusta, y comencé a bajar lentamente por su cuerpo. Sin quitar su bóxer pude observar lo húmeda que para ese momento se encontraba, olí su sexo, tan lindo, tan natural. Yo me daba vida gozando cada instante de ese manjar sin llegar aún a probarlo, mientras, ella se retorcía de ganas por que yo lo hiciera.
Había hecho esperar bastante a mi presa, así que me decidí a atacar. Comencé a tocar suavemente su clítoris por encima de su bóxer, su reacción no se hizo esperar, un largo pero callado gemido salió de su boca. Era obvio que le encantaban mis juegos. Hice a un lado su bóxer y me dediqué a dar placer a su “botoncito”, mientras que mis dedos juguetones comenzaban a internarse en su ser. Cambiaba el ritmo de mis caricias al tiempo que ella regulaba sus gemidos, para mí, eso era el mejor juego ¿Cuánto tiempo podría esperar?
Sus gemidos eran más fuertes, sus movimientos más violentos y sus gestos lo decían más que mil palabras, el momento estaba por llegar, aceleré el ritmo al tiempo que ella me decía “Me voy a correr mami”, me acerqué a su oído sin dejar de jugar con su clítoris entonces le susurré “¿Todavía tienes lo que te regalé?”, sus ojos se iluminaron mientras señalaba un cajón.
Saqué el tan anhelado regalo… un consolador. Lo unté con algo de lubricante y antes de que pudiera recuperar el aliento, ya lo estaba hundiendo en ella, no pasó mucho tiempo cuando sus gemidos se convirtieron en gritos que anunciaban su orgasmo y efectivamente, éste llegó con más gritos, convulsiones y arañazos en mi espalda.
Caí rendida junto a ella, besé su mejilla y lentamente me fui quedando dormida…