21-11-2024 10:40:59 AM

Mi esposa se libera

 

Eran alrededor de las 23:00 horas, mi esposa y yo estábamos a punto de acostarnos, pensando en qué aburrido sería nuevamente este día sábado. Sonó el teléfono. Era su amiga íntima, Cecilia, que le recordaba la invitación que le había hecho para la despedida de soltera de Susana. La estaban esperando a ella solamente. Era la única que faltaba. Mi esposa, me preguntó si me podía dejar sólo para acompañar a sus amigas. A regañadientes, le dije que bueno, pero que no se le ocurriera por ningún motivo extralimitarse con el trago.

Sabía lo ardiente que se pone con algunos grados de alcohol en su cuerpo, y me preocupaba su reacción ante el desenfreno que se produce en las despedidas de solteras.

Se vistió con una minifalda de cuero, que hacia resaltar sus piernas y su culo, la mejor parte de su cuerpo; se puso una blusa que dejaba entrever sus pezones más oscuros que sus redondos senos. Se arregló, como dispuesta a pasar la noche con todo el liberalismo que tenía adormecido tras veinte años de matrimonio.

Le pregunté si quería que la fuese a dejar, para evitar que tuviera que manejar. Me respondió que estaba encantada, de esa forma podría beber sin pensar en la responsabilidad que significa manejar con alcohol. De inmediato me di cuenta de mi error, pero ya era demasiado tarde.

Los ojos que me miraron fijamente, me decían que esa noche estaba dispuesta a todo. Mostraban lujuria, pasión y morbosidad, me dijo… Te llamo para que me vayas a buscar.

Al llegar al departamento de su amiga Cecilia, la esperaban 3 mujeres entre los 25 y 43 años, más la novia, quien sería la reina de la noche, supuestamente. Habían contratado un barman y 3 garroteros para que las atendieran. Había música, bar abierto, deliciosos entremeses, mariscos, champagne, y un ambiente que se respiraba a carnaval. El lugar estaba decorado ad hoc para la ocasión.

Susana, tenía 24 años, delgada, muy bien formada, cintura de avispa, culo sobresaliente, senos pequeños, armónicos con su cuerpo, medía 1.65 metros, y era la novia quien sería durante ésta noche, la mujer que recibiría más atenciones, “supuestamente”.

Iniciaron la jornada todas reunidas alrededor de una mesa de centro, sentadas en cómodos sofás, desinhibidas, deseando expresarle a Susana, sus propias experiencias en sus matrimonios, o dándole consejos de cómo “manejar” sexualmente al que sería próximamente su marido. Pidieron a los mozos sendos tragos, los que empezaron a beber mientras comenzaban a repartir los regalos que una oportunidad como ésta merecía.

El primero era un condón luminoso. Debería ser usado en la oscuridad más absoluta posible, y puesto por ella después de una soberbia chupada al opíparo órgano de su futuro marido.

Otro regalo era un vibrador descomunal en su dimensión. Asustó un poco a Susana, quien preguntó cómo podría meterse semejante aparato y en qué oportunidad.

La respuesta no tardo en venir. Mi esposa, quien ya se había tomado dos “margaritas”, le comentó: mira Susana, tu aparato vaginal es capaz de eso y mucho más. Cuando estás caliente, deseas ser penetrada lo más profundamente posible, con el aparato más grande que puedas soportar, que te toque toda, las paredes, el clítoris, el fondo, ojalá te duela un poco, le pone un sabor adicional de lujuria. Ojalá fuesen dos…; interrumpió su relato al darse cuenta que los mozos y el barman la estaban mirando embobados.

Su falda se había subido dejando al descubierto sus preciosos muslos que terminaban en un triángulo negro que se perdía tras su calzón semi transparente; su blusa se había desabrochado mostrando parte de sus apetitosos senos, e intermitentemente sus pezones, al moverse gesticulando lo que estaba explicando.

El barman le preparó otra “margarita”, ésta vez con mayor cantidad de tequila que las anteriores y se la envió con un mozo. Nerviosamente, se la sirvió, no sin antes aprovechar la oportunidad para mirar toda su anatomía y deleitarse con ello, y tocar sus manos y brazos al pasarle la copa. Mi esposa, no sólo se dejó acariciar, sino que además alzó su brazo para permitir un agregado adicional, cosa que el mozo no trepidó en proporcionárselo.

Susana, al darse cuenta de la situación, le solicitó a Isabel, mi esposa, que continuase con el relato, a objeto de detener lo que ya parecía inevitable. El resto de las mujeres se servían los entremeses y participaban pendientes de los acontecimientos, probando también, los deliciosos tragos que les preparaban con dedicación y un poco de malicia.

El ambiente iba aumentando en temperatura y acción. Cada vez que se servían algo, todas la mujeres aprovechaban de mostrar sus mejores posiciones, para que los hombres de la habitación se fueran incentivando hacia “favores especiales”, totalmente fuera de sus contratos.

Isabel continuó su relato, no sin antes mirar lascivamente al mozo que no quería soltarla.

Escucha Susana, le dijo, cuando llegue el momento podrás probar lo que te estaba contando. Por ahora, ten la certeza que te lo puedes tragar, comer y saborear, por donde quiera tu cuerpo, conforme estés deseosa de hacerlo.

En esos momentos Isabel estaba inmersa en pasiones que nunca había vivido, estaba aletargada, un poco mareada, se sentía alegre, despierta, viva, como despertando a experiencias no vividas y muy deseadas.

Oye, le dijo al mozo que le había servido la última copa, ¿Cómo te llamas?.

Ramiro, respondió el muchacho.

Acércate a mí, necesito demostrarle a Susana lo que se puede hacer con ese aparato. ¿Me podrías ayudar?.

Susana no podía creer lo que estaba escuchando y tuvo algo de temor. El resto de las mujeres incitó a Isabel a mostrar sus “cualidades”. Todas sabían que nunca había sido infiel a su esposo, y que era pasiva ante grupos donde se conversaba de sexo. Estaban admiradas que ella tomara iniciativas sexuales y aun con desconocidos y peor, ante un grupo de amigas.

Ramiro, se acercó y empezó a acariciarla suavemente. Primero en sus brazos, subiendo hasta su cuello, besando sus senos aprovechando el descubierto que ya tenía. Isabel entró en un éxtasis desconocido para ella. Mezcla de temor a lo desconocido, con lujuria y pasión se entregó como desvanecida por el alcohol y empezó a desinhibirse.

Toda su sensualidad empezó a brotar. Movimientos cadenciosos al ritmo de las caricias, se empezaron a hacer más rítmicos y vehementes. Ramiro absorbía sus pezones, su lengua recorría sus senos, pasaba de uno a otro, se detenía entre ambos, mordisqueaba sus pezones, e Isabel empezó a tiritar de gozo y placer. Deseaba algo más, sin embargo, no hablaba nada. Sólo sus movimientos incitaban a Ramiro a continuar su recorrido.

El barman se acercó a Susana, intentando hacer algo parecido. Esta lo rechazó, mirando a Isabel, incrédula, casi al punto de detener la situación.

Verónica, entonces aprovechando el rechazo de Susana, tomó al barman del brazo y lo acercó a su lado. ¿Podrías imitar a Ramiro? ¿Aunque sea un poco?. Le preguntó.

Soy su maestro , le respondió, tomándola desde sus nalgas y llevándola en vilo hasta el sofá más cercano. La recostó, le sacó los zapatos y empezó a besar sus pies. Primero la planta, luego cada uno de sus dedos, al mismo tiempo le susurraba que era la mujer más tierna que jamás había conocido. Comenzó a subir con su lengua por el interior de los muslos, mientras levantaba la falda y con sus manos acariciaba sus senos por sobre su blusa. Llegó hasta sus calzones, húmedos por la excitación que empezaba a aumentar en Verónica…

Un segundo mozo, Gregorio, viendo a Isabel en el magnífico estado de voluptuosidad que se encontraba, se acercó a ella, la miró a los ojos para determinar si podía integrarse al erotismo que estaba viviendo intensamente. Desesperada; Isabel mojó sus labios con “margarita”, al mismo tiempo que tomaba a Gregorio desde su cinturón atrayéndolo hacia su cara. Ramiro no cesaba de besarle sus senos y pezones, y sus hábiles manos estaban bajando hacia sus piernas, las que se abrieron deseosas de ser tocadas íntimamente.

Gregorio, pegado a la cara de Isabel a la altura de su prominente bulto no atinaba a nada. Las manos de Isabel, hábiles con su esposo, inexpertas en apariencia con otros hombres, abrieron el cierre y soltaron el cinturón, bajó el pantalón y el slip, y se encontró con la más grata sorpresa que había visto en su vida, ni siquiera las películas pornográficas mostraban algo semejante.

Gregorio, avergonzado, intentó retirarse, al ver la cara de sorpresa e incredulidad de Isabel.

Tomó Isabel, impulsada por su instinto femenino, y por su ya desenfrenada lujuria, esa tremenda sorpresa, la que en estado quieto se podía observar desde atrás entre las piernas de Gregorio, por el resto de las participantes.

En tanto, Ramiro empezaba a explorar el triángulo perfecto, donde se juntan piernas, caderas, culo , pasión, lujuria, deseo, y ansias de ser amada. La humedad mojaba sus pelos y su entorno, los calzones ya no servían puestos. Hábilmente Ramiro los empezó a sacar con su boca, mientras sus dedos empezaban a tocar las paredes vaginales. Solas, como si no tuviesen voluntad, se empezaron a abrir para permitir que entrasen a la zona erógena. Un dedo escudriñaba toda la cuenca, sin alcanzar el fondo ni a descubrir en qué lugar estaba el clítoris. Movimientos cadenciosos y rítmicos le mostraban a Ramiro los lugares más deseados de ser acariciados, ahora con más fuerza, y con mayor rapidez.

Isabel, tomó con ambas manos la herramienta de Gregorio y se las llevó a su boca. Apretó el glande contra sus labios y arremetió hasta el fondo de su garganta, pero el pene de Gregorio ni siquiera alcanzó a entrar hasta la mitad…

Mientras tanto Verónica, estaba ardiente y llamaba con gritos histéricos a Elisa, (su mejor amiga), para que le ayudara con el barman. Su lengua ya estaba frotando el clítoris escarbando los laterales, subiendo hacia la punta, y mordisqueando suavemente, chupaba con vehemencia el ya sensibilizado artificio del placer, y Verónica suspiraba ansiosa de ser penetrada y ayudada por su gran amiga, Elisa…

Elisa, amante del placer sexual, no titubeó un instante y se acercó al barman. Le bajó los pantalones, le sacó el slip, y le metió la lengua en el ano. Recorría desde el hueco oscuro, hasta la parte inferior de los testículos, pasando por el camino del placer entre ambas partes. Golpeaba suavemente las nalgas, cuando tomaba algo de aire. Sus dedos no se quedaron quietos, tomando el prepucio y tirándolo hacia atrás, dejo al descubierto la cabeza de un pene rojizo, erecto, casi reventándose, listo para la gran batalla. Al unísono, Verónica comenzó a besar apasionadamente al barman, dejando al descubierto sus zonas erógenas…

Isabel, tomó aire, e insistió en chupar el pene de Gregorio, ésta vez, con mayor éxito, pero sin llegar a la plenitud de su tamaño. La excitación le recordaba instantes de sexo desenfrenado que en alguna oportunidad había tenido con su esposo. Inevitablemente hizo la comparación, y deseó multiplicar sus afanes sexuales. Amaba a su esposo, pero no tenía parangón con lo que estaba viviendo.

La lascivia le estaba ganando a su imaginación. Y el pene de Gregorio estaba tomando dimensiones gigantescas.

Ramiro disfrutaba de los fluidos emergentes de la vulva de Isabel, su boca y su lengua ya estaban recorriendo las partes sexuales, pasaba desde la vagina al ano, recorría las paredes, ponía su dedo en lo que le parecía el clítoris, y lo frotaba cada vez más rápidamente, su lengua rodeaba el hoyo del ano y espaciosamente pasaba al interior, abriendo camino, dilatando, y sorbiendo. Sus manos apretaban los pezones y acariciaban sus senos.

A Isabel le era imposible observar lo que ocurría a su alrededor, sus ojos semi cerrados, le hacían ver luces blancas, incandescentes, estaba cercana al paroxismo, deseaba ser penetrada intensamente con herramientas que llenaran totalmente sus espacios vacíos…

Susana, la novia, miraba con sus ojos desorbitados, no podía creer lo que estaba viendo: por un lado a Isabel con Gregorio con su bastón enhiesto en la boca de Isabel y Ramiro intentando penetrarla, y por otro al barman con Elisa y Verónica, en una batalla de gritos de placer y deseos de gozo sexual en su máxima expresión. Pudo verse en sus manos con un condón luminoso y un vibrador descomunal

Isabel, se sacó de su boca el tremendo pene de Gregorio y lo llevó con ambas manos al centro de su vagina, y exclamó ansiosa: empuja con fuerza. Gregorio, inexperto aún en las lides del sexo, intentó penetrarla sin lograrlo, por su enorme tamaño en largo y diámetro.

Su cabeza enhiesta tocaba las paredes laterales, y aún quedaba fuera parte de ella. Empujaba con fuerza, pero no podía penetrarla. Ramiro, caliente al máximo, metía sus dedos en el hoyo del ano, y su lengua recorría los glúteos y nalgas, eran dos los dedos que estaban escudriñando y preparando el pequeño lugar sagrado.

Las sensaciones que estaba viviendo Isabel eran lujuriosas y lascivas, deseaba ser traspasada por ambos lados con espadas de carne y hueso. Sus hoyos, querían ser llenados, y ya estaba desesperada. Tomó entonces la verga de Gregorio, abrió sus piernas al máximo, se sentó en el borde de un sofá y le gritó a Gregorio: empuja, empuja, mientras ponía la cabeza en el lugar preciso para ser llenada.

Un grito de alegría de Isabel, reflejó el éxito de Gregorio, quien tenía metida la mitad de su inmenso miembro. Los quejidos de Isabel, eran mezcla de placer y delicia, sus movimientos incitaban a Gregorio a que se esforzara para que la metiera entera, ella sabía que aún podía resistir más. Gregorio con toda su fuerza empujó, hasta llegar al fondo del conducto del placer sexual. El quejido de Gregorio fue mezcla de placer, pero también de dolor.

Éste tuvo de pronto un despertar sexual: tomó a Isabel desde las nalgas, ayudado por Ramiro, y en pié empezó a bombear con movimientos pendulares y circulares. Isabel, ya no podía más de deleite y satisfacción, pedía más, aún cuando para ella esto era algo nuevo en la realidad, no así en su imaginación.

Gritaba: dale, dale, con fuerza, muévete. Ramiro al ver a Isabel en ancas de Gregorio, miró el culo parado, que se movía rápidamente. Preparó su herramienta sexual, y la acercó al hoyo pequeño, ansioso de ser llenado. Cuando la punta tocó a Isabel, ésta giro su cabeza y besó a Ramiro, dándole con ello autorización para penetrarla.

Al unísono, Gregorio y Ramiro, se prepararon para llenar a Isabel, en todas partes. Detuvo entonces Gregorio su cabalgata, manteniendo quieto, pero dentro totalmente, su miembro viril. Ramiro comenzó a penetrar el pequeño orificio, ya expandido por dos de sus dedos y preparado para ser invadido. Mientras iba entrando lentamente, Gregorio iba sacándolo, sintiendo en la cabeza de su miembro, cómo iba siendo conquistado el ano de Isabel. Cuando estuvo dentro totalmente, Gregorio hizo lo mismo, y un orgasmo explosivo tuvo Isabel.

Continuaron los movimientos alternados de Gregorio, Ramiro e Isabel, como si los tres estuviesen conectados. El paroxismo hizo presa de Isabel, la que gritaba: más, más, con fuerza, dale, dale, dale, mételo más, muévete más rápido.

Gregorio llenó de pronto todo su semen acumulado por mucho tiempo, bombeó siete veces e inundó la vagina de Isabel, la que tuvo otro orgasmo. Simultáneamente, Ramiro descargó su licor seminal, cuando estaba dentro totalmente, llenando y rebalsando el ano de Isabel, la que multiplicó su placer al tener multiorgasmos continuados.

Exhausta se sentó sobre el sofá y miró a Susana con una sonrisa satisfecha.

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