Por Valentín Varillas
Rafael lo hizo en el 2010 y le salió muy bien.
Su pase directo a la gubernatura de Puebla se dio basado en una exitosa campaña de ataques sistemáticos al entonces gobernador Mario Marín, sin tocar siquiera al candidato a sucederlo, Javier López Zavala.
Parque había y de sobra.
Marín era el enemigo público número uno de la política nacional.
Los escándalos generados a partir del caso Lydia Cacho y los bajísimos indicadores en el desempeño gubernamental que mostraban fracasos rotundos durante su administración, en áreas prioritarias, fueron temas de altísima rentabilidad electoral para un candidato de oposición.
Un candidato que de inmediato lo puso en el centro de su discurso y no soltó ni un segundo mientras duró campaña.
Un gobernador al que, por vez primera y de frente, le gritaban en la cara que no le tenían miedo.
Moreno Valle detonó el anti-marinismo latente en buena parte de los poblanos y que antes de su candidatura no había encontrado un canal adecuado para expresarse, lo que explica la contundencia de su triunfo.
Hoy, se vive una historia parecida.
Como sucede en otras ocasiones, la política parece ser cíclica, repetitiva, pero en donde invariablemente se modifica la realidad de sus protagonistas.
En la coyuntura electoral actual, el morenovallismo tiene pánico que le jueguen con las mismas cartas.
Los asesores han hecho sus cálculos y concluido que lo realizado en seis años de gobierno de Moreno Valle, no es ese activo del que un candidato con posibilidades reales de ganar quiera colgarse.
Al contrario.
Se trata de una pesada carga que afecta la candidatura de Martha Erika Alonso y que puede ponerla en un serio predicamento en un escenario de elección cerrada, como se espera ocurra el primer domingo de julio próximo.
Por esta razón, no se han escatimado esfuerzos para desmarcar a la candidata de la imagen del ex gobernador.
Desde la modificación de nombres de cuentas en redes sociales, hasta los deslindes mediáticos.
Y lo que falta.
No quieren, quienes llevan las riendas de la campaña, que temas como Chalchihuapan, la persecución oficial de opositores, la manipulación de las instituciones del estado para fines personales, las obras de relumbrón que han colapsado en tiempo récord y un larguísimo etcétera, peguen de lleno en la línea de flotación del proyecto continuista del morenovallismo.
Más claro, ni el agua.
Lo raro de esto es que, durante más de seis años, se nos vendió que el primer gobierno “panista” de la historia de Puebla era ejemplar.
Que estaba conformado por los mejores, los más brillantes, los más carismáticos y populares, cuyas acciones tenían el respaldo casi unánime de quienes vivimos en este estado.
Eran quienes iban a perfilar la Puebla del siglo XXI.
Un gobierno que sería el trampolín natural para un proyecto presidencial que juraban amarrado.
¿Y entonces?
¿Qué pasó?
¿Cuándo empezó a restar, más que a sumar, la figura del ex gobernador?
Mientras el tiempo arroja respuestas contundentes a estos cuestionamientos, el desmarque seguirá y si bien los hilos de la estrategia de campaña pueden estar en sus manos, pocos serán los eventos públicos en donde aparezca en Puebla Rafael Moreno Valle.
Afianzar el maximato bien vale el bajo perfil.
¿Podrá?