Por Valentín Varillas
Miedo, es lo que debió haber sentido Facundo Rosas, cuando dimensionó el hecho de que versiones periodísticas nacionales lo ligaran con el crecimiento de las mafias dedicadas al robo de combustible en Puebla, durante su gestión al frente de la Secretaría de Seguridad Pública estatal.
Las consecuencias y alcances potenciales de las inevitables investigaciones que se harán al respecto, pueden traer consecuencias fatales para él y sus secuaces.
Algo similar, seguramente experimentó a mediados de 2015, cuando se enteró que el Ejército Mexicano detuvo a su incondicional director de la policía estatal, Marco Antonio Estrada López, y al influyentísimo jefe de Operaciones Especiales, Tomás Méndez Lozano, por proteger a las bandas relacionadas con el “huachicol”.
Un entramado de complicidades al más alto nivel que toleraron y fomentaron la comisión de este delito.
Amarres y acuerdos perversos con los que en teoría había que combatir y de los que nos tendían que cuidar.
Amarres y acuerdos que, al parecer, no estaban cimentados cuando Facundo entró de lleno al servicio público poblano.
Y es que, volviendo al miedo, Rosas Rosas inició su gestión en el gabinete de Rafael Moreno Valle tomando medidas extremas, muy poco ortodoxas, encaminadas todas a garantizar su protección personal.
Una de sus primeras acciones fue dar la orden directa de incrementar de manera alarmante el número de elementos asignados a su seguridad.
El despliegue fue francamente impresionante, ni siquiera comparable con el de sus antecesores, Ardelio Vargas Fosado, o el del gris encargado de despacho de la dependencia, Juan Sánchez Zarza.
Facundo tuvo a su disposición más de 40 elementos del llamado grupo de “operaciones especiales”, de los cuales 15 tenían presencia permanente en el piso del edifico donde se encontraba su oficina y al interior de la misma, en un despacho aledaño a su privado.
Por si fuera poco, el ex funcionario calderonista mandó a construir una impresionante barda perimetral en el inmueble, que “blindaba” a su oficina de cualquier ataque potencial desde el exterior.
De película.
Lo extraño del caso es que Rosas Rosas, desde su llegada a Puebla, no hizo más que minimizar la realidad que vivía la entidad en materia de seguridad pública, lo que contradecía el evidente refuerzo de las medidas encaminadas a su protección personal.
Era evidente que su preocupación no tenía nada que ver con los alcances de la delincuencia común.
Inclusive en su primera comparecencia ante el congreso local, presentó ante diputados locales un panorama sumamente optimista:
“No pasa nada”.
“Estamos mucho mejor que otros estados”.
“Esto no es Guerrero”.
¿Entonces?
¿A qué le tenía miedo Don Facundo?
Si vivíamos en una sucursal del país de las maravillas, ¿por qué el cuidado extremo?
Lo extraño del caso es que el cuidado férreo, la estrategia de protección intensiva, disminuyó en intensidad apenas un año después.
Algo sucedió que la tranquilidad volvió a iluminar los días del secretario.
El despliegue se redujo de manera evidente y se volvió “normal” de acuerdo con los cánones de seguridad establecidos para funcionarios de ese nivel.
La breve paz que dan los pactos inconfesables, los que invariablemente acaban marcando para siempre a quienes los signan.
Ahora entiende lo que vivimos hoy.