Por: Valentín Varillas
Priistas de vieja y nueva alcurnia han tenido serias dificultades para entender la lógica bajo la cual actúan y toman decisiones estratégicas para el país quienes en el 2012 los regresaron a Los Pinos.
Prácticamente desde su llegada al poder, el estilo particular de los herederos de las glorias del grupo Atlacomulco, así como sus prioridades, se han convertido en un complicadísimo acertijo para la nomenclatura partidista.
Muy en corto, pero de manera contundente, han hecho eco de lo anterior, desde el primer año de gobierno.
Para ellos, no se ha tomado con la seriedad necesaria la importancia política de haber ganado las elecciones federales del 2012 y mucho menos el sentar las bases para el establecimiento de un régimen tricolor a largo plazo.
Como consecuencia, los creadores de aquel longevo régimen de partido único que derrotó en vigencia al Partido Comunista de la extinta Unión Soviética, están en riesgo de gobernar apenas un sexenio y de ser despedidos nuevamente por el electorado en el 2018.
Los priistas sienten que Peña y su equipo se han excedido en pragmatismo.
Para ellos, su interés por competir por la presidencia tuvo motivaciones de tipo personales y económicas, dejando a un lado el cuidado del costo político en el ejercicio de gobierno, lo que les afecta directamente.
Consideran que su objetivo único fue tener la posibilidad de concretar atractivos negocios al amparo del poder, a través de socios, amigos compadres y demás personajes de su circulo íntimo.
La puntilla para ellos fue la manera en la cual se desarrollaron los procesos electorales estatales de este año.
La sonada derrota en la mayoría de ellos, debido al abandono del gobierno federal y en algunos casos a la traición abierta al partido, dejaron en evidencia lo poco que les importa el generar las condiciones para repetir dentro de dos años.
Los militantes y representantes populares del tricolor, que resultaron damnificados a lo largo y ancho del territorio nacional, se cuentan por miles.
El futuro, para ellos, no pinta nada bien.
Otro reclamo que el priismo a sus cachorros mexiquenses, tiene que ver directamente con el proceso electoral del próximo año en ese estado.
Ahí sí, aseguran se están tomando las medidas necesarias para garantizar el triunfo.
Juran que el pacto sellado con Eruviel Ávila hace ya casi seis años, pasa por regresarle a algún aliado cercano de Peña la gubernatura, garantizando la operación electoral y financiera del hoy mandatario.
El destape del actual Secretario de Desarrollo Social, Luis Miranda, un incondicional del presidente, confirmaría la versión.
No importa perder el país si se tiene el control absoluto del estado de México para el próximo y los sexenios venideros.
El erario estatal será la caja chica del grupo y la fuente inagotable de recursos para seguir amarrando los consabidos negocios.
La situación, sin embargo, es delicada.
La fractura del grupo en el poder con el partido que lo llevó ahí puede generar un enorme cisma interno que tenga como consecuencia ajustes de cuentas al más alto nivel.
Una vez terminado el sexenio, el poder y el blindaje, todo puede pasar.
El PRI, cuyas posibilidades reales de perder en el 2018 son muy altas, podría, ahora sí, estar en las antípodas de su próxima extinción.
De la gloria al infierno en tiempo récord.
Sólo ellos.