Por: Valentín Varillas
Bienvenido, don AMLO, a la contienda presidencial.
Si bien se trata del eterno aspirante y hasta el momento el único nombre que seguro aparecerá en la boleta en el 2018, la manifestación masiva que encabezó ayer en la ciudad de México es el banderazo de salida oficial a su tercera lucha por llegar a Los Pinos.
En la forma y en el fondo, no hay diferencias con anteriores ocasiones.
Nuevamente, el famoso Peje se erige como el dueño de la plaza pública nacional.
Ese espacio por excelencia que se lo ha apropiado como nadie.
Es hoy el único político en el país capaz de concentrar decenas de miles de personas cada vez que las convoca.
La reivindicación es lo de menos.
En esta ocasión, el pretexto fue el apoyo al movimiento magisterial.
En anteriores, han sido otros capítulos penosos de nuestro anecdotario nacional.
Sin embargo, el resultado es el mismo.
La masa se aglutina y participa, una y otra vez, con el mismo compromiso y entusiasmo.
¿Por qué?
En esta tendencia política mundial actual, cada vez más dinámica, vertiginosa, que permanentemente esta sujeta a las siempre cambiantes necesidades políticas de los ciudadanos, el que un personaje como AMLO no modifique un ápice su estrategia en aras de encumbrarse en el poder, es, por lo menos, de llamar la atención.
A la vez, es una muestra contundente y demoledora de que, en este país, en lo realmente importante, nada ha cambiado desde hace décadas.
Por eso el discurso de Andrés Manuel no cambia.
No tiene por qué.
Sus señalamientos y denuncias siguen vigentes.
Tal vez hoy más que nunca.
Sigue creciendo la enorme deuda social.
La miseria, pobreza y marginación siguen siendo la carta de presentación del fracaso de programas implementados sexenio tras sexenio, a pesar de los miles de millones del erario invertidos en ellos.
El modelo económico nacional continúa como una industria generadora de pobres, ejemplo de eficiencia.
La corrupción sigue siendo la única institución fuerte y sólida del país.
Los avances en el tema de la seguridad y el combate a la delincuencia organizada son nulos.
El rencor ciudadano de la gran mayoría se sigue acumulando al no ver soluciones a sus problemas cotidianos y, lo peor, están seguros que su futuro, lejos de mejorar, luce mucho peor.
En este contexto, se entiende el inmovilismo del proyecto de López Obrador.
El mantener su activismo político en la misma línea maximiza su rentabilidad electoral.
Por eso, de cara al 2018, inicia su tercera carrera presidencial en el tope de las encuestas entre los posibles tiradores y volverá a ser, otra vez, el enemigo a vencer.
Para nadie es un secreto el hecho de que, en distintos cuartos de guerra de los más diversos signos políticos, el tema les obsesiona de tal manera que se destinan horas y horas en darle forma a estrategias que tienen como único objetivo que el Peje no llegue.
Estos complots, contemplan amarres y acuerdos en lo oscurito que son una auténtica aberración al concepto de congruencia: política e ideológica.
También involucran a sectores, grupos y organizaciones ajenos a la lucha de los partidos por el poder.
De ese tamaño es el miedo.
Más allá de cuál de los dos escenarios se concrete (gane o pierda), habrá que reconocerle a AMLO que, viendo el estado vergonzoso en el que se encuentra el país, el tiempo le ha dado la razón.