Por: Valentín Varillas
Basando el análisis única y exclusivamente en la frialdad de los números, la renuncia de Manlio Fabio Beltrones a la dirigencia nacional del PRI era además de lógica, necesaria.
Las derrotas sufridas en la mayoría de los estados que renovaron sus gobiernos, calaron muy hondo en lo más alto del poder político nacional y ponen en altísimo riesgo la sucesión presidencial para el grupo de Peña y sus secuaces.
Sin embargo, la política no es un experimento de probeta cuyo éxito o fracaso se determine en términos de la aproximación de una cifra calculada.
Hay factores de peso que determinaron el penoso resultado del priismo y que curiosamente competen en su gran mayoría a quienes se erigieron como verdugos de Beltrones.
Claro que es posible que en el papel se hayan exagerado en parte sus dotes de operador electoral.
Por supuesto que cabe la posibilidad de que, con el paso del tiempo, la leyenda del cuasi todopoderoso heredero de las glorias de Gutiérrez Barrios haya perdido fuerza en los hechos y que no tenga hoy –bajo las nuevas reglas del juego político- el peso que tenía hasta hace poco tiempo.
Ganar Sonora -el feudo, la casa- y echar fuera al gobernador panista más corrupto de la historia, no es lo mismo que dar resultados a nivel nacional y obtener triunfos en estados con dinámicas y realidades distintas y muy particulares.
Empero, en realidad, las elecciones del 5 de junio pasado son un demoledor referéndum para el gobierno federal.
Con o sin Manlio Fabio en la dirigencia del partido, existe actualmente en México un anti-priismo mayoritario que se manifestó de forma contundente aquel domingo negro para tricolor y que se basa en el repudio a la forma en la cual el presidente y su equipo conducen al país.
Crisis económica y social, fracaso en el combate a la pobreza y la inseguridad, incapacidad en la operación política para generar gobernabilidad y una monumental corrupción que ha infectado a prácticamente todas las esferas del servicio público federal, son apenas algunas de las razones por las cuales el PRI, el partido en el gobierno, fue masacrado en las urnas.
¿Así cómo?
Apenas hace unas semanas compartía con usted números demoledores sobre la opinión mayoritaria de los mexicanos hacia el gobierno federal y de manera particular hacia la figura presidencial.
Le comentaba que, de acuerdo con un sondeo publicado por el periódico Reforma, a mediados del pasado mes de abril, la popularidad de Enrique Peña Nieto se desplomó a un 30%, el nivel más bajo desde que asumió el poder en diciembre de 2012, lo que representa un mínimo histórico para un gobernante mexicano.
Según este ejercicio, la demoledora mayoría considera que el presidente ha fracasado en los aspectos centrales de su gobierno.
Los encuestados evalúan de forma muy negativa el combate a la corrupción del gobierno federal (73% la consideran mala), su gestión económica (68% la evalúan de forma desfavorable), el combate a la pobreza (68%), el combate al narcotráfico (65%) o la política de seguridad pública (61%).
No, con estos números no hay manera.
En la política, como en el futbol, el hilo se rompe por lo más delgado.
En este complicado contexto, no creo que hubiera existido alguien capaz de haber entregado mejores números al priismo nacional.
El regreso del PRI a Los Pinos, la vuelta al poder de quienes en teoría sí sabían gobernar, ha sido una auténtica pesadilla para el país.
Es evidente que varios de los responsables de la terrorífica realidad nacional actual, festejan hoy la eliminación de un potencial competidor para el 2018.
En su cortoplacismo y cegados por intereses personales, no pueden ver que la permanencia de su grupo en la presidencia, gracias a su monumental fracaso, parece hoy poco menos que imposible.
Y lo que falta.