Por: Valentín Varillas
Poco o nada influyen los debates en la decisión final de por quién votar.
Por lo menos, en la realidad poblana, así ha sido desde que se incorporó este ejercicio a la práctica democrática local.
El formato, cuidado en exceso, vuelve acartonada la participación de los candidatos.
El poco tiempo que tienen para hacer uso de la palabra y la lógica con la cual se eligen los temas, limitan lo que en teoría tendría que ser la esencia del encuentro: ver el desempeño de quienes piden el voto en un libre intercambio de ideas.
Lejos estamos todavía de ver siquiera una aproximación a lo anterior.
Menos aún cuando la propia autoridad electoral, para el caso del debate de esta noche, ha decidido aplicar diversas sanciones a quienes se atrevan a incurrir en “ataques” en contra de sus adversarios.
El término, sobra decirlo, resulta por demás ambiguo.
Hay quienes consideran que un cuestionamiento directo al desempeño en el servicio público es un ataque, cuando es realmente el ingrediente básico que compone el derecho ciudadano de exigirle cuentas a quienes nos gobiernan o administran los recursos públicos.
La tendencia tendría que ir en sentido contrario, es decir, hacia una mayor libertad.
Otras democracias se han atrevido a abrirse a lo anterior, con resultados extraordinarios en términos de audiencia e influencia en el sentido del voto.
Sin miedo han incorporado la participación directa de ciudadanos -previamente insaculados- que enriquecen el debate con sus preguntas y cuestionamientos.
Otro ensayo exitoso tiene que ver con el desempeño y actuar del moderador, quien tiene un peso específico real en la determinación de formatos, la dinámica del encuentro y participa también con preguntas directas sobre temas que considera pertinentes en el enriquecimiento del ejercicio.
Aquí los moderadores son apenas edecanes de lujo que se limitan a tomar tiempos y recordar turnos en el uso de la palabra.
Penoso.
La estructura del debate no alcanza siquiera para llamarlo así.
En los hechos, es en realidad un encuentro anecdótico entre aspirantes, sin importancia real, pero que se prestará en redes sociales para el escarnio, la descalificación y la burla.
Nada más.
Sin embargo, a pesar de todo esto, lo deseable sería que el debate de hoy tuviera una audiencia masiva, histórica.
Pocos ejercicios que fomenten la participación ciudadana tenemos, como para mostrarnos indiferentes ante ellos.
Es claro que la responsabilidad de los consejeros del IEE es aplicar la ley electoral y que ésta es muy clara en términos de la obligatoriedad del debate.
Pero, al ver su monumental fracaso, los diputados tienen ahora la obligación de modificar el marco legal que rige los procesos electorales en Puebla y perfeccionar la logística y el formato de los mismos para que realmente cumplan con su función.
De no hacerlo, los debates están condenados a seguir siendo una triste y aburrida parodia de un ejercicio que en otras democracias es considerado como fundamental para fomentar la participación ciudadana en los procesos de elección de gobernantes.
Y una condición necesaria para que estos procesos tengan legitimidad y credibilidad.
Qué lejos estamos de esto.