Por Alejandro Mondragón
Este lunes 25 de enero será el día del destape oficial de Blanca Alcalá como la candidata del PRI a la gubernatura del 2016.
La exalcaldesa ya tiene la foto de una unidad ficticia o real, pero que le sirve para comprometer a los liderazgos priistas a sumarse a su campaña, sin la tutela de los exgobernadores.
Ni Melquiades Morales y mucho menos Mario Marín serán factores de decisión. Están ajenos en términos de la estrategia. Con ellos ni empieza, menos acaba la recuperación de Puebla.
Se los dijo Manlio Fabio Beltrones a los priistas poblanos: el éxito de la campaña es de todos. La derrota también.
Si Alcalá gana, cada uno recibirá su gran rebanada del pastel que habrá de repartirse en el 2018. El morenovallismo siempre le apostó a la división tricolor, a la traición. A la diáspora, se equivocó.
Ahora existe un acuerdo firmado en lo individual y un compromiso suscrito por todos. No hay espacio al doble juego.
Hoy los priistas poblanos se enteraron que sus carreras ya no dependen de Marín o Melquiades, sino de lo que aporten en campaña para Alcalá.
Habrá estructura partidista, sinergias del gobierno federal, sistema de inteligencia, recursos y, sobre todo, la decisión de Peña Nieto de recuperar Puebla. Si se requiere usar la guerra sucia lo harán. Expedientes sobre operaciones del 01 y su equipo compacto están listos para ser exhibidos.
Se los señaló Beltrones ayer por la tarde: se pondrá todo el empeño político.
Viene la suma de otros: el Verde Ecologista, Nueva Alianza y los maestros, a los que hoy paga la Federación, e indirectamente Movimiento Ciudadano, el PT, enemigos y víctimas del góber, empresarios y los reflectores nacionales.
Definir su proceso mejor que el morenovallismo tampoco significa que el PRI ya tenga Casa Puebla en la bolsa.
Para eso falta mucho.
Parecer unidos es un pequeño paso para ganar la gubernatura, pero un gran salto para devolver la expectativa de triunfo a la clase política tricolor poblana.