19-04-2024 10:16:21 AM

Judaísmo y Cristianismo en Roma

A los avances de la Humanidad durante la antigüedad clásica le sucedió un tránsito cultural en el que el oriente cristiano (Imperio Bizantino) conservó e hizo prosperar a la cultura grecolatina, mientras occidente se debatía en la decadencia y las invasiones de los bárbaros del norte que al paso de los siglos fueron absorbiendo la cultura a la par que se cristianizaban.

El pueblo judío -disperso- controlaba el comercio y la banca sin asimilarse a las naciones en las que operaba, prosperando, influyendo y suscitando envidias y suspicacias ya en el Imperio Bizantino, en los nacientes reinos cristianos de occidente o en el incipiente mundo islámico cuya visión del mundo y de la vida haría enormes aportaciones a las artes y las ciencias…

Para proseguir con nuestro análisis de la evolución del conocimiento es preciso revisar estos procesos históricos…

Cristianismo primitivo (año 33 al 313)

Al surgimiento de El Cristianismo se vivía el apogeo del Imperio Romano durante el periodo conocido como Pax Romana (24 a.C.-180 d.C.), de manera que Roma es el vehículo idóneo para la propagación de la fe.

Las comunidades primitivas se dan principalmente entre judíos habitantes de Palestina y sus cercanías, pero se va expandiendo inicialmente sobre el ámbito helenístico y cada vez más entre no judíos (gentiles) y luego en el medio latino o rivera occidental del Mar Mediterráneo. En sus inicios, fue Pablo de Tarso su gran propagador, principalmente entre los habitantes de los territorios vecinos (hoy, Líbano, Jordania, Siria y Egipto) y posteriormente en el norte de África y Asia Menor y finalmente en Grecia, Italia y España.

Hacia el año 50 d.C. con el propósito de ordenar las bases de la doctrina cristiana se celebra el Concilio de Jerusalén que presidido por Santiago el Mayor tuvo la presencia de San Pedro y San Pablo. Después de éste concilio San Pablo escribe sus epístolas y son redactados también los Evangelios y el resto del Nuevo Testamento.

Pronto se inician las persecuciones, primero por los judíos y luego por los romanos, que emprendieron diez grandes persecuciones denominadas por los emperadores que las decretaron: Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Septimio Severo, Maximiano, Decio, Valeriano, Aureliano y Dioclesiano. En el año 67 San Pedro en martirizado en la mismísima ciudad de Roma.

En esos tiempos lo más granado de la comunidad científica del Imperio Romano concurría a la Biblioteca de Alejandría, que era el mayor centro de investigación y análisis en todos los órdenes de la ciencia al que pronto llegaron algunos de los primeros cristianos. Ahí se fundó hacia el año 180 la Escuela Catequística de Alejandría -también llamada Didaskálion- donde enseñaron grandes teólogos y Padres de la Iglesia como San Orígenes (padre de la Teología), San Clemente de Alejandría, San Panteno, San Cipriano y otros eruditos que fueron articulando a la fe cristiana con la ciencia desarrollada por Babilonia, Persia, Fenicia, Egipto y el mundo grecolatino. Tuvo escuelas filiales en Cesarea de Palestina y Panfilia que rivalizaban con otras de diferentes métodos como la de Antioquía, fundada por San Luciano y en la que confluyeron corrientes tan disímbolas como la de San Juan Crisóstomo (uno de los cuatro Padres de La Iglesia 347-407) y Arrio, fundador del arrianismo, corriente herética que fuera proscrita en el I Concilio de Nicea.

En los tiempos paleocristianos (hasta el Edicto de Milán en 313) La Iglesia se propagó intensamente en la parte oriental de la cuenca del Mediterráneo (lo que sería el Imperio Bizantino) y formó sus primeras comunidades en la rivera occidental (hasta Cádiz inclusive) y hacia el norte en lo que sería el Imperio de Occidente. Existían ya cerca de 1500 diócesis y unos siete millones de cristianos en el todavía unificado imperio.

Las guerras judeo-romanas (66-135)

Entre los años 66 y 73 d.C. se da la primera guerra judeo-romana, que deviene en la destrucción de Jerusalén y del Templo de Salomón, lo que conlleva a la diáspora judía, que les dispersaría por toda la cuenca mediterránea sin que por ello perdieran su cohesión como pueblo ni sus creencias. La dirección política y religiosa del pueblo judío quedó en manos del Sanedrín1 y su Nasi2 con sede inicial en Yavne, pero cambiando continuamente por razones de seguridad. El Rabí Iojanan Ben Zakai fundó en esa ciudad una importante Yeshivá (centro de estudios de la Torá y del Talmud) y otras más en Lod y en Bnei Brak

1 El Sanedrín era la asamblea de sabios del pueblo judío, constaba de 70 hombres prominentes y el Sumo Sacerdote. Funcionaba como un cuerpo judicial en los ámbitos civil y religioso y fue su máxima autoridad desde la destrucción del templo de Jerusalén hasta el siglo V

2 El Nasi presidió al Sanedrín desde el año 190 a.C. cuando el Sanedrín perdió la confianza a los Sumos Sacerdotes. Los romanos reconocieron al Nasi como “Patriarca de los Judíos” y exigieron impuestos para el mantenimiento de dicha autoridad, reconocida con alto rango en la jerarquía romana.

Entre el año 115 y el 117 se verificó la segunda guerra judeo-romana, Guerra de Kitos o Rebelión del Exilio cuando después de que se les prohibiera el estudio de la Torá y la observancia del Shabat, los judíos se revelan y atacan templos y edificios gubernamentales romanos en Mesopotamia, Siria y Chipre, causando decenas de miles de muertos entre la población griega y romana, y llegando a tener el control total de la isla de Chipre mientras las legiones de Trajano combatían en Persia, que hubieron de retornar para reconquistar Nisibis (hoy Nusaybín, Turquía), Edesa (hoy Sanliufa, Turquía), y Seleusia (hoy un barrio de Bagdad, Irak), donde tras la diáspora del año 70 d.C. había importantes comunidades judías y que a consecuencia de la rebelión fueron prácticamente eliminadas.

Muerto Trajano y con Adriano como emperador, prometió permitir la reconstrucción del Templo de Jerusalén, lo que permitió un breve lapso de paz, pero su posterior decisión de fundar una ciudad romana que se llamaría Aelia Capitolina sobre las ruinas de Jerusalén y la prohibición de el Brit Milá (circuncisión) y de las leyes de pureza en la familia, provocaron entre los años 132 y 135 la tercera guerra judeo-romana o Rebelión de Bar Kojba.

El Taná3 Rabí Akiva dirigía el Sanedrín y logró que este reconociera a Simón bar Kojba como el Mesías. Los dirigentes judíos planearon detalladamente la rebelión para evitar los errores de la anterior y en el año 132 las acciones militares se extendieron rápidamente por todo el territorio derrotando a la legión acantonada en Jerusalén y destruyendo a la que había acudido desde Egipto. Un Estado judío soberano se restauró. Lo encabezaba Simón bar Kojba que tomó el título de Nasi, Rabí Akiva presidía al Sanedrín y se restablecieron el culto y las costumbres, e incluso se intentó reconstruir el Templo de Jerusalén.

3 Taná es la denominación de los sabios rabínicos cuyas opiniones son recordadas en la Mishná cuerpo exegético de leyes de tradición oral.

Pero superada la sorpresa Roma agrupó a muchas legiones y tres años después de iniciada la rebelión tomaron Jerusalén, otras ciudades y aldeas fueron arrasadas y la población fue asesinada, esclavizada o exiliada, y proscrita la religión judía, acentuándose la diáspora. Adriano pretendió destruir al judaísmo desde sus raíces, de manera que prohibió la Torá y el calendario judío, los rollos sagrados fueron quemados y mandó ejecutar a numerosos dirigentes y sabios.

Ante eso, el centro de la vida religiosa pasó a Babilonia, y no fue sino hasta el siglo IV cuando con el Edicto de Milán el emperador Constantino I les permitió entrar a Jerusalén una vez al año a lamentar su derrota en el único muro que quedó del Templo (El Muro de los Lamentos).

En los 309 años que transcurrieron entre el Edicto de Milán y la fundación del Islam, la diáspora judía -asentada en las principales ciudades y puertos del Imperio Bizantino- se dedicó al comercio y a las actividades bancarias que este requería. Los vínculos familiares entre ellos eran un factor de confianza que nadie más tenía, comenzaron a dominar varios idiomas y aprendieron a adaptarse a diferentes condiciones políticas y económicas intercambiando información para anticiparse a los acontecimientos. Su principal centro de operaciones se dio en Alejandría y pronto se fueron enriqueciendo, ganando influencia y experiencia especulativa, por lo que sin duda han sido fundamentales para el desarrollo del sistema financiero mundial.

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