28-03-2024 10:07:03 AM

Toda una dama (Segunda Parte)

eros09

Estuve media hora fascinada observando la cantidad de pollas que se exhibían, todas me gustaban y me las hubiera llevado sin ninguna duda. Finalmente elegí tres ya que pensé que era muy improbable que volviese, un consolador de látex rojo de muy buen tamaño, cinco por veinte, un vibrador del mismo tamaño y un dilatador anal que en ese momento no sabía para qué servía pero intuitivamente sentí deseos de que fuera mío.

Tan ansiosa estaba que no pude aguantar a llegar a casa, en el auto, mientras manejaba abrí las piernas, corrí hacia un costado mis bragas y me metí el de color rojo que por estar tan mojada entró de un solo golpe y lo mantuve ahí hasta llegar. Una vez en casa fui directamente al baño y me lo metí y saqué con tanta vehemencia y violencia que más bien parecía que me estaba acuchillando a mi misma.

Los consoladores reemplazaron muy eficazmente a mis adorados dedos e igual que a estos los utilizaba dos veces al día. Los guardaba bajo siete llaves de manera que nadie jamás los encontraría.

Casi inmediatamente de empezar a usarlos adopté como mi preferido al vibrador porque entraba igual que el consolador pero sus vibraciones, que ajustaba al máximo cuando tocaba fondo, me dejaban con la lengua afuera, jadeando, los ojos blancos, los músculos temblorosos, en un estado de éxtasis que me impedía pensar en nada que no fuera el deseado macho de mis sueños más perversos.

Esta rutina me duró unos meses hasta que un día imprevistamente mi macho imaginario se presentó con un compañero muy parecido a él, alto, forzudo, oloroso, más rudo todavía y con un deseo de poseerme que me dejó sin aliento al solo pensarlo. Desde ese momento creí enloquecer, creció mi inseguridad manifestándose en temblores que solo sosegaba con los orgasmos que me arrancaba mi vibrador pero que no me alcanzaban, necesitaba más y así fue que recordé el dilatador anal y de pronto supe como usarlo.

Como estaba sola y por lo tanto tranquila, me desnudé recostándome sobre la cama con las piernas bien abiertas, metí el dilatador anal en mi boca hasta lograr ensalivarlo completamente, con mis dedos pasé flujo desde mi vagina hasta mi orificio anal hasta que quedó muy bien lubricado y lo fui metiendo en mi cola bien despacio.

Me dolía muchísimo, hasta ese día era virgen todavía de esa parte, pero seguí empujando dándome cuenta de que el dolor era un componente imprescindible del placer. Más me dolía, más disfrutaba, por la penetración física en sí y por la auto violación a la que me estaba sometiendo relegando en ese acto a mi auto estima y orgullo personal a la categoría de nada ya que en ese momento valía y tenía mucho más poder ese silencioso atacante empujado por mi propia mano que toda mi persona.

Cuando sentí que había vencido la barrera de la máxima dilatación creí desfallecer pero una vez adentro se adaptó tan bien que no quise retirarlo, en cambio me metí el vibrador en la vagina activándolo a la máxima potencia al tiempo que soñaba que eran mis machos los que me estaban penetrando simultáneamente haciéndome llegar a un orgasmo como nunca antes había tenido y dejándome tan laxa que casi me duermo, lo que hubiera significado que mi marido me descubriera.

Así pasé un par de años en los que creía que tenía todo controlado y que no necesitaría nada más para satisfacer mis necesidades. Sin embargo algo llamaba mi atención y me perturbaba especialmente, cada vez que salíamos sentía la mirada de los hombres sobre mi cuerpo con insistencia y hasta con descaro.

Sé que tengo una figura llamativa y sensual pero juro que jamás intenté aprovecharme de ella para atraer la mirada de ningún hombre. Por el contrario estando acompañada por mi marido me limitaba a dejar bien en claro que era su mujer y que solo a él pertenecía. Lo que no pude evitar fue imaginar qué podría suceder si un día saliera sola y una vez que ese pensamiento se incorporó a mi mente ya no lo pude abandonar.

Fantaseé con esa idea hasta que un día me decidí y volví a tomarme una tarde para mí sola con la excusa de ir a ver un trabajo ya que los niños crecían y comenzaba a tener tiempo libre. Otra vez me dirigí a las afueras, más de cincuenta kilómetros sin saber qué buscaba o qué encontraría. Simplemente me dejé llevar y como dirían los refranes el que busca encuentra o el que juega con fuego al final se quema. Iba yo por la ruta cuando vi una gasolinera de esas donde paran los camioneros a comer. No había que ser muy inteligente ya que había como veinte camiones parados y era la hora del almuerzo.

Entré al comedor y sin mirar a nadie, como haría cualquier señora, ocupé una mesa y pedí una taza de café. Estuve todo el tiempo mirando hacia afuera en dirección de mi coche, como quien lo vigila, dando la impresión de no prestar atención a nada ni nadie aún cuando por dentro sentía que moría, temblaba como una hoja y mi entrepierna se mojaba como en mis mejores jornadas masturbadoras. No sé por qué me sentía así pero así estaba, como si se tratara de una cita, como si realmente esperara a alguien cuando en realidad no pasaba nada, era simplemente una señora tomando una taza de café.

Pero parece que no a todos les pareció lo mismo porque un hombre de unos cuarenta y cinco años vestido con pantalones de trabajo y una musculosa que dejaba ver unos brazos formidables se acercó y sin pedir permiso se sentó a mi lado y preguntó ? ¿verdad que me esperabas cariño?

¿Perdón?

Que me esperabas, cariño. Que una señora como tu no entra a un lugar como este sin desear que un hombre como yo se le acerque.

Lo dijo con simpatía, susurrando muy seductoramente, sin agresividad alguna, casi se podría decir que lo hizo con elegancia.

Creí morir, tantos años ocultando meticulosamente mis mas íntimos secretos, disimulando mi doble sentir, complaciendo a mi familia y a través de ella a mi marido, mis hijos, nuestras amistades, guardando las apariencias, cuidando hasta el más mínimo detalle, para que ahora en un instante un camionero me descubriese y derribara todas mis barreras de un solo golpe, con una sola frase. No supe qué decir pero sin querer sonreí, como quien es descubierto infraganti.

¿Verdad que me esperabas?

Si, dije, sorprendiéndome por mi respuesta, entregada, sin voluntad para oponerme a nada, si después de todo era lo que más deseaba?

Bueno, vamos

Si, repetí, más indefensa que antes.

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