18-04-2024 11:25:48 PM

Mi ex nuera II

Aquella misma noche, como de costumbre, mi hijo se acercó a nuestra casa a darle un beso a su madre. Yo estaba desconcertado; no sabía qué hacer. Quería esconderme, pues no podía mirar de frente a mi hijo. No sabía cómo iba a afrontar aquello. No podía contarle nada a mi esposa y era incapaz de pensar con tranquilidad.

Cuando mi hijo llegó a casa, yo me metí al baño con el pretexto de darme una ducha. Él aguardó un buen rato para que nos viésemos, pero yo me entretuve todo lo que pude esperando que se marchase de la casa sin tener que enfrentarme a él. Me daba vergüenza, no podía mirarle a los ojos. Era a él quien debería sentirse incómodo por esta situación y, sin embargo, ahí estaba yo totalmente abatido y sin ánimo para encararme frente por frente con mi él.

Como yo me demoraba, finalmente él se despidió de su madre y se marchó. Yo ignoraba si mi hijo había hablado con su esposa del asunto y si ella le había contado cómo yo me había marchado de su casa airadamente. Eso, en el fondo me daba igual, pero lo que yo trataba de evitar por todos los medios, era mirarle a la cara. Pero; ¿no debería ser al revés?. Yo me sentía culpable y sin embargo él se comportaba con total naturalidad. ¿Hasta donde habíamos llegado? ¿Hasta qué punto esta sociedad se había vuelto permisiva?.

Así estuvimos durante algunos días más. Estábamos jugando al gato y al ratón; yo procuraba evitarle y a él daba la impresión de que le ocurría lo mismo, hasta que, a los pocos días él me llamó por teléfono y me dijo:

-“Papá; me ha dicho Susi que quieres que te acompañe mañana para ver un televisor que quieres comprar…”

¡Que desfachatez y que cara más dura!. Pero, ¡sí era ella la que quería que yo acompañase a mi hijo, para tenerle entretenido hasta la hora de la fiesta! Ella finalmente, lo había dispuesto todo sin contar conmigo. Sin embargo, pensando en mi hijo, accedí a seguir con el “engaño” y nos citamos a una hora concreta en la cafetería de un centro comercial.

A la hora acordada se presentó mi hijo que, después de saludarme se sentó a mi lado y pidió un café. El estaba como si tal cosa. Fingía muy bien con respecto al incidente con su mujer, o es que realmente no sabía nada. En cualquier caso mi hijo me preguntó sobre la marca del televisor que yo andaba buscando; la cantidad que yo estaba dispuesto a gastar; las características que debía tener el aparato en cuestión, y un montón de cosas al respecto.

Yo decidí seguirle el juego, aunque -obviamente- no estaba dispuesto a comprar nada. En casa ya había un televisor con las máximas prestaciones, si bien, tal vez le faltaba alguna característica, como acceso a la TDT y cosas así. Pero la TDT todavía estaba por llegar y, entretanto, podían surgir en el mercado otras muchas marcas y quizás con nuevas y más modernas posibilidades.

Pero como se trataba de mantener a mi hijo distraído hasta la hora de su fiesta sorpresa, intenté representar bien mi papel y entramos en la sección de electrodomésticos. De allí nos fuimos a otras galerías de la ciudad y luego a otras, hasta que poco a poco nos fuimos acercando a la hora convenida. Yo no deseaba encontrarme con mi nuera, pero estaba claro que no podía evitarlo. Me encontraba entre dos frentes; por un lado, no quería tropezarme con mi nuera. Pero, por otro lado, ¿qué excusa le hubiera echado a mi mujer?. ¿Con que pretexto hubiera faltado al cumpleaños de mi hijo?.

Finalmente me armé de valor, le eché “bemoles” al asunto y, junto con mi hijo, nos dirigimos a la cafetería de su amigo. Mi hijo, extrañado pregunto:

-“¿A dónde me llevas, papá?”.

Yo le dije:

-“He quedado con tu amigo Juan en su cafetería, pues quiere que le revise una máquina”

-“Pero hoy es el día de descanso y allí no habrá nadie”, (me contestó).

Pero yo le convencí de que su amigo me había citado, precisamente para ver aquella máquina en un día en que no estuviese en funcionamiento. Mi hijo aceptó cualquier escusa y a los pocos minutos nos encontrábamos aparcando su vehículo frente a la cafetería. Coincidiendo con la hora convenida, entramos en el local donde todo estaba a oscuras. De pronto se encendieron las luces y, como por encanto, aparecieron más de 30 amigos y amigas de mi hijo entonando el “cumpleaños feliz, cumpleaños feliz…” Allí estaba ella, echándome una mirada entre lasciva y sensual. Y yo, haciendo “de tripas corazón”, soportando una situación que me asqueaba y que me estaba desbordando. Unos momentos tremendamente odiosos, en los que gustosamente habría vomitado sobre mi nuera sin el menor reparo. Tal era mi estado de hastío.

Mi nuera se acercó a nosotros y, después de besar a mi hijo, se abrazó a mí y me dijo:

-“¡Gracias, papá!”.

Papá, (me dije para mis adentros), ¿Y te quieres acostar conmigo?. Papá, ¿y estás deseando que te folle?. ¿Cómo se digiere eso?

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