16-04-2024 07:37:47 AM

Mi ex nuera I

Hay algunas situaciones en la vida, que uno jamás hubiese siquiera sospechado que tendría que vivirlas. Y, no sólo vivirlas, sino contarlas a los demás. Nunca hubiese imaginado que algunos de los secretos más íntimos que he guardado celosamente en mi corazón, pudiera tener un día la osadía de contarlos.

Pero hoy, después de todos estos años en los que la vida ha cambiado considerablemente para todos, después de haber desterrado muchos tabúes y prohibiciones que en otro tiempo podrían haber sido penalizados por la ley y, cuando algunos de sus protagonistas principales ya no están entre nosotros, creo que ha llegado el momento de “soltar lastre” y aligerar de la conciencia, ciertas ataduras que muchas veces me han martirizado, proporcionándome no pocos dolores de cabeza y sentimientos de culpabilidad.

Teniendo en cuenta de que se trata de un hecho real, voy a cambiar sitios y lugares, nombres de personas y situaciones concretas, para que nadie pueda, ni remotamente imaginar, la identidad de los protagonistas de esta historia. Lo que relataré a continuación en estas líneas, fue algo que cambió sustancialmente mi vida y la de los míos.

Corría el año 1998 y el mayor de mis hijos había ingresado en determinada Academia Militar en Baeza, (Jaén). Después del exhaustivo entrenamiento que duró algunos meses, fue destinado a un pueblecito del País Vasco, donde conoció a una muchacha encantadora, que algún tiempo después se convertiría en su esposa.

Con mucha ilusión se iniciaron los preparativos de la boda, pues querían contraer matrimonio cuanto antes. Como la muchacha era huérfana de padre y no tenía más hermanos, convinieron que yo fuera el padrino de la boda y la madre de ella, la madrina. Esto no agradó demasiado a mi esposa, quién se había hecho la ilusión de ser madrina de nuestro primer hijo. Pero, dadas las especiales circunstancias que concurrían en este caso, ella accedió finalmente.

Con esa intención y dispuestos a arropar a mi chico en tan importante acontecimiento familiar, partimos hacia el País Vasco, mi esposa, nuestro hijo menor y yo, celebrándose la unión religiosa el sábado 12 de junio de 1999, tras cuya ceremonia nos reunimos todos los asistentes en un entrañable almuerzo familiar.

Por supuesto que el hacer de padrino en aquel enlace, representó para mi un gran honor, pues contra la costumbre tan extendida en nuestro país, de que el padre apadrine a la hija y la madre amadrine al hijo, yo estaba ocupando el puesto que, de haber vivido, debería haberle correspondido al padre de la novia, lo cual evidentemente era todo un reto y un honor para mi.

A los pocos meses, mi hijo fue destinado a nuestra ciudad, y la jo-ven pareja se trasladó a vivir a un modesto pisito, cercano al cuartel donde mi hijo iba a prestar servicio.

Desde el principio se estableció una química especial entre Susi, (así se llamaba mi nuera) y yo, con la que desde el principio mantuve una relación y un trato exquisitos; una cercanía de cordialidad y afecto, muy superiores al contacto normal entre suegro y nuera.

Un día, encontrándose mi hijo de servicio, Susi me llamó por teléfono y me dijo:

-“Suegro: Tengo un problema. ¿Puedes venir?”

-“Pues claro”, (contesté); “Ahora mismo estoy ahí”

En sólo media hora estaba llamando a la puerta. Eran aproximadamente las 11,30 de la mañana y la chica estaba vestida sólo con un diminuto camisón rojo, (creo que las señoras llaman “Susanita” a esa prenda íntima femenina) y yo, la verdad, me sentí un poco incómodo y extrañado. Aquello no era normal, pero como yo sólo la miraba como a una hija, no quise echar cuentas de aquello y le pregunté que cual era el problema.

Ella me dijo que el grifo de la ducha no dejaba de gotear y, como sabía que yo era un “manitas” de la fontanería, me pidió que se lo arreglase. Realmente aquello no era propiamente una avería, sino más bien, una pequeña insignificancia, pues estoy seguro de que en muchos hogares, algunos grifos gotean mucho más que aquel, y no por eso la gente llama a un fontanero. Quiero decir que “aquello”, ni era tan urgente, ni tan grave y podría haber esperado a que mi hijo estuviese en casa.

Algo me hacía intuir que había algo más, pero yo no alcanzaba a comprender qué podía ser. Incluso llegué a pensar que la muchacha tenía miedo, (hacía poco se había producido un atentado terrorista y esa podía ser la razón de sus temores). Posiblemente, pensé, ella no se atrevía a expresarlo así por temor a quedar como una tonta. Por mi cabeza pasaron muchas suposiciones, pero nunca llegué a sospechar, (nunca, hasta algunas semanas más tarde), cual podía ser la razón de aquella llamada tan -supuestamente- angustiosa en demanda de mi ayuda. Pero la chica había recurrido a mí y yo, tratando de hacer las veces de padre amantísimo, acudí sin demora a socorrerla.

A los pocos días, Susana volvió a llamarme. Esta vez no lo hizo con tanta angustia como la vez anterior, pero si con bastante interés y con una insinuante y sugerente voz. Me dijo que quería mi asesoramiento para darle a mi hijo una fiesta sorpresa por su cumpleaños, próximo en aquellos días.

Nuevamente me puse en camino, totalmente ajeno a las verdaderas intenciones de la muchacha. Era algo que, aunque alguna vez había pasado por mi cabeza, mis principios morales y mi situación como padre del marido, impedían que tales pensamientos anidaran en mi mente. Era cierto que la chica era muy atractiva; pero yo podía ser su padre. Era cierto que ella procuraba estar ligerita de ropa cuando yo iba a su casa, pero.., ¿qué estaba yo pensando?, ¿cómo podía ser tan canalla, tratándose de la mujer de mi hijo?

Pero, nuevamente mis sospechas adquirían cierto fundamento. Esta vez no era una “Susanita”, sino un camisón negro, totalmente transparente el que cubría su precioso cuerpo, dejando una clara evidencia de que bajo aquella prenda tan sutil no llevaba ninguna otra ropa. Su vello púbico se advertía claramente y yo no sabía qué hacer; no quería ni mirarla y procuraba desviar la vista hacia cualquier rincón o hacia algún detalle de la entrada. Ella me invitó a pasar y yo dudaba, ignoraba cómo actuar. No sabía si entrar o salir corriendo. Finalmente pasé hacia el salón, pero estaba muy nervioso y casi balbuceando le dije:

-“Susi; seguramente para ti no tiene la menor importancia, porque los jóvenes parecéis más sanos y todo lo hacéis con mucha más naturalidad, pero yo soy un hombre mayor; un hombre bastante ardiente y debo de mirarte y tratarte como a una hija. Pero deberías ponerte algo más tupido y discreto, porque, aun siendo la esposa de mi hijo, eres una mujer muy atractiva y creo que no está bien…” Ella no dijo nada; sólo bajó un poco la cabeza, como avergonzada y salió del salón. Al momento volvió con un albornoz de color rosa y se sentó a mi lado. Me ofreció café y me dijo que me había llamado porque dentro de pocos días sería el cumpleaños de mi hijo y quería hacerle una fiesta sorpresa.

Me comentó que ya se había puesto en contacto con algunos amigos y amigas suyos y que seguramente lo haríamos en el bar que uno de ellos tiene en las afueras. Continuó diciendo que este amigo se había ofrecido a ceder el local, coincidiendo con el día de descanso de su personal, que curiosamente era el mismo día del cumpleaños de mi hijo. Pero necesitaba un “gancho” para mantenerlo ocupado durante los preparativos de la fiesta y había pensado en mi como la persona más idónea para distraer su atención.

Pero mientras me comentaba esto, me hacía sentir muy incómodo, porque al tiempo que ella hablaba, parecía que me estaba devorando con los ojos; o al menos, eso me parecía. Yo no quería aceptar aquella idea, pero, me resultaba tan clara su posición que me hacía dudar sobre sus verdaderas intenciones.

En un momento determinado, como por descuido me dijo:

-“Suegro; ¿sabes que eres un hombre muy atractivo e interesante para tu edad?”

Yo no daba crédito a lo que estaba oyendo; No quería aceptar lo que era evidente. ¿Cómo debía reaccionar? ¿Cómo se lo diría a mi hijo?. ¿Qué estaba pasando allí?

Reaccioné por un momento y le dije a la muchacha:

-“Susi: no se si me estás probando o es una broma, o qué está pasando, pero todo esto me parece inaudito. ¿Dónde está la cámara? ¿Es esto “Inocente-inocente”?

-“No, suegro; lo que pasa es que tú eres bastante antiguo y no entiendes que estas cosas pasan. ¿Tú no has oído hablar del intercambio de parejas?

-“Si, Susana, he oído muchas historias sobre intercambios. Pero es que, ¡tu marido es mi hijo!. ¿Es que no lo entiendes?”

-“Entonces, (me dijo), habla con tu hijo. Porque él está al cabo de la calle…”

-“¡Cómo!; (exclamé). ¿Mi hijo es consciente de ésto?

-“Completamente, suegro; él está de acuerdo. Y no sólo eso; Ha sido él quien lo ha propuesto. Lo está deseando”.

Ya no podía escuchar más. Rápidamente me puse en pie y salí de aquella casa, dando un estrepitoso portazo tras de mi. Aquello era el colmo; era mucho más de lo que nunca hubiera imaginado. ¿Mi hijo un cabrón consentido?. ¿Dónde quedaba su dignidad y sus principios?. Yo no entendía nada; no sabía si aquello sucedió realmente o fue una pesadilla, pero a los pocos días pude comprobar que la realidad, como sucede muchas veces, supera a la ficción.

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