19-04-2024 12:48:49 PM

El informe y Aristóteles

Hoy es día de informe en Puebla.

Más allá de lo que contenga el mensaje que leerá el gobernador Mario Marín y que cumpla además con la obligación de informarle al legislativo del estado que guarda la administración pública local a tres años de la actual administración, en términos de las formas, créame que no veremos nada nuevo.

Y es que, el ritual que institucionalizaron los gobiernos emanados del PRI y que los panistas están decididos a mantener a toda costa, a pesar de su vejez y su obsolescencia, goza de cabal de salud.

Es el día de las cifras alegres, del discurso motivador, del optimismo desbordado, de la renovación de promesas, de las verdades a medias y del oportunista besamanos.

Sin embargo, más allá de las formas, los informes siguen siendo ejemplos contundentes de lo que Aristóteles en su Retórica llamaba “ta demegorika” y que en el lenguaje moderno se le conoce como “el discurso político”.

El filósofo griego, al igual que su maestro Platón, despreciaba estos “discursos pronunciados ante la asamblea del pueblo” porque los consideraba tan sólo como “lisonjas utilizadas para confundir”.

Ambos consideraban que el discurso político reviste un estilo que busca más un efecto que la exactitud y que en el arte de la política democrática, “las únicas armas con las que es lícito luchar, son los hechos, de modo que todo lo que no sea la demostración es superfluo”.

Fundamentalmente, Aristóteles entendió a la retórica no sólo como una habilidad que espontáneamente tienen los hombres, sino como un conocimiento que indaga los medios que conducen a la persuasión, es decir, a la formación de un juicio.

No cabe duda que las mentes perversas que crearon, desarrollaron e impusieron el formato de los informes, aplicaron al pie de la letra lo anterior.

Los informes en México han sido todo, menos objetivos.

Se trata básicamente de “convencer”, más que informar.

Aristóteles distingue tres clases de medios para persuadir:

Por el discurso, por el carácter del orador y; por las pasiones que mueve al auditorio.

Las tres han sido siempre ingredientes fundamentales de cualquier informe.

El discurso se sazona con un rosario de cifras desconocidas para la mayoría de la población que no cuenta con los parámetros necesarios para determinar si los números que se manejan realmente son un indicador de desarrollo, el orador en turno es previamente aleccionado en cómo hacer llegar de mejor manera su mensaje y en la previa selección de aquellos temas que permitan la sensibilización de la audiencia y que generen la inmediata empatía con quien hace uso de la palabra.

Así, el filósofo griego denomina elocutio (lexiz) , a la parte de la retórica relativa a la construcción del discurso.

De poco sirve saber qué decir si no se conoce el modo de decirlo, así se lee al comienzo del libro III de la Retórica: “no basta saber lo que hay que decir, sino que es necesario también dominar cómo hay que decir esto, lo cual tiene mucha importancia para que el discurso parezca apropiado”.

Sin embargo, la parte de la Retórica que mejor se ajusta a lo que en realidad vemos cada año en el que se cumple el rito del Tlatoani (mexican díxit) es la siguiente:

“El estilo que conviene a la asamblea del pueblo se parece, y podríamos decir que en todos sus aspectos, al dibujo en perspectiva: cuánto más grande es la cantidad de espectadores, más alejado está del punto desde el cual debe mirarse; también la exactitud de los detalles es superflua y aparenta un efecto molesto en los dos casos…Allí donde la acción tiene la mayor parte, la exactitud del estilo ocupa el menor lugar; es lo que ocurre cuando hay que dar el voto y sobre todo cuando hay que dar muchos votos”.

Contundente ¿no?

 

latempestad@statuspuebla.com.mx

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